Dos años después de los atentados de la maratón de Boston, uno de los terroristas acaba de ser condenado a muerte. Los autores fueron los dos hermanos Tsarnaev. El mayor, Tamerlan, murió en un tiroteo con la policía. Dzhokhar, que tenía solo 19 años cuando cometió el atentado, recibió el pasado sábado su condena a la pena capital.

El juicio ha estado rodeado de polémica. El atentado se realizó en un estado, Massachusetts, que abolió la pena de muerte en 1982. Sin embargo, para elegir al jurado se estableció como condición que todos los miembros fueran favorables a la pena de muerte, lo que incapacita a la mayoría de los habitantes de Massachusetts, que se oponen a ella. Por lo que el jurado, compuesto finalmente por los partidarios de un castigo ejemplar, ha logrado superar la barreras legales y conseguir que Tsarnaev sea condenado a morir a manos del Estado.

La pena de muerte siempre es un fracaso. Implica utilizar la violencia más extrema, como hacen los propios terroristas; matar en nombre del Estado supone poner a todo un pueblo al mismo nivel de los asesinos. Además acabar con la vida de un criminal supone negar toda posibilidad de cambio, de arrepentimiento, de sanación o recuperación. Y conocemos historias de criminales que se han convertido, que han cambiado, y tras pasar por prisión, ha podido aportar algo a la sociedad, a pesar de que años atrás generaron mucho dolor y sufrimiento. La ejecución de Dzhokhar no evitará que otros terroristas intenten matar, no consolará a los familiares de las víctimas ni contribuirá a sanar heridas. Tan solo aumentará el número de muertos del atentado.

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