¿Recuerdas si tuviste un GusiLuz? Cuando eras un bebé quizá tenías uno de esos muñecos de cabeza redonda, hueca y sonrisa impresa con una luz suave en su interior y que servía para acompañarte en tus primeras noches a solas, sin tener a la vista a tus padres, en medio de la oscuridad. Y tenían su efecto positivo: el miedo a la noche, la sensación de soledad, el vacío de la habitación, se podían vencer con la ayuda de la luz cálida y suave de un gusanito con gorro de dormir.
Años más tarde, quizá ya no tengamos un GusiLuz que nos ilumine por las noches, pero no son pocos los días grises en que, rendidos, llegamos a la cama cansados tras un día lleno de pequeñas batallas -unas ganadas y otras perdidas- en las que nos defendemos de relaciones poco positivas, de proyectos con poco futuro o de aquellas cosas de nosotros mismos que no nos acaban de convencer. Entonces, nos abrimos a sentir la presencia de un Dios bueno, que nos quiere como somos, que nos da su luz y su calor y, además, sólo para nosotros… y ya podamos dormir tranquilos, confiando en que con Él podemos vencer la soledad, el vacío y la noche. Como un Dios-GusiLuz, que vela durante nuestros sueños, acoge nuestros cansancios y acompaña nuestras soledades.
Más que una anti-imagen de Dios, el Dios-GusiLuz es una imagen insuficiente, porque la apuesta de Dios por la persona no se reduce a nosotros, ni se queda sólo en darnos un tierno abrazo de buenas noches y a proporcionarnos el sentido que no le encontramos a la vida. Él aspira a dar luz a cada uno de nuestros días y, además, a que esa luz llegue a los lugares del mundo donde hay oscuridad. Y esto no se consigue llevándonos el GusiLuz a clase, al trabajo o al autobús y sacándolo cada vez que sintamos que la cosa no va bien.
Dios aspira a sacar la mejor versión de nosotros mismos, un concepto que está muy alejado de cualquier auto-imagen que tengamos, y que se descubre simplemente poniéndose detrás de Él, siguiendo el camino que Él ilumina. Entonces, descubriremos que la luz no sólo está en nosotros: descubrimos que el mundo que nos rodea está lleno de la presencia de Dios (en la Creación, en las personas que nos rodean) y que la vida, así, es mucho más agradecida. Y, también, que queda mucho mundo por iluminar. Así, lejos de querer refugiarnos de aquello que nos cuesta buscando un tierno abrazo, encontraremos la fuerza para ser nosotros los portadores de esa luz. Por eso no hay nada malo en sentir el calor de Dios cada noche -¡es toda una bendición!- pero la cuestión es si estamos dispuestos a llevar esa luz a donde haga falta y que esto, además, sea el sentido de por el que nos levantamos cada mañana.