Debo admitir que me apasiona la mitología clásica, especialmente la griega… ¡Nos dice tanto sobre el ser humano, sobre nuestras miserias, nuestros pecados, nuestra capacidad de sacrificio, nuestra capacidad de heroísmo, nuestras luces y nuestras sombras…! Los mitos nos hablan sobre los comienzos, sobre las cosas que preocupan al ser humano, sobre lo que nos trasciende. En el fondo intentan hablarnos (y explicarnos) sobre el mundo, el hombre y Dios. Recuerdo a un profesor que nos repetía: «el mito no nos habla de lo que ocurrió, nos habla de lo que ocurre».
Los relatos son hermosos y apasionantes: Heracles, Teseo, Orfeo y Eurídice, Perseo y Medusa… Pero también debo reconocer que los mitos nos transmiten una imagen de los dioses en la que aparecen poseyendo todos los defectos humanos (envidia, ira, lujuria, falta de solidaridad, arbitrariedad, ‘amiguismo’, carácter vengativo…) y pocas de sus virtudes (compasión, dar segundas oportunidades, perdón, empatía, gratuidad…). Multitud de los relatos hacen referencia a venganzas de los dioses ante los ‘pecados’ humanos: Aracne, Prometeo, Sísifo, Narciso, Ixión… Y los castigos de los dioses son terribles… y para siempre.
Estas últimas semanas, al leer mensajes en las redes sociales, al hojear ‘artículos’ (que don Mariano José de Larra me perdone por llamar así a alguno de esos escritos) me da la impresión de que algunos piensan que el Dios Padre de Jesús, el Dios que se nos revela en Cristo, es Zeus, Poseidón o Hades.
Es curioso cómo, todavía, demasiadas personas se imaginan que lo que nos espera al final de nuestra vida es un juez con un código debajo del brazo (o con un catecismo) para ver qué hemos hecho bien y qué hemos hecho mal y para ver qué castigo hay que aplicar… ¡Qué ganas, casi morbosas, tienen algunos de que Dios sea un castigador! ¡Con qué mezquino corazón proyectamos, a veces, en Dios nuestra dificultad para perdonar!
Dios no es un castigador, nosotros a veces lo somos. Dios no es un juez implacable, nosotros a veces lo somos. ¡Cuándo entenderemos que Dios no nos quiere porque seamos buenos, nos quiere porque Él es bueno! Dios nos quiere como somos, aunque nos sueña mejores y nos llama e invita a ser cada día más humanos, más buena gente, más solidarios, más libres, más respetuosos, más hermanos.
No creamos a quien nos diga que Dios se ha llevado a nuestros seres queridos. No creamos a quien nos diga que Dios quería esto y que es su voluntad. Y, sobre todo, no olvidemos que Dios está en cada una de nuestras lágrimas, porque nuestro Dios es un Dios que siente pasión por nosotros. No dudemos de que Dios está sufriendo como nosotros y con nosotros. No olvidemos nunca que nuestro Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. Y que su gloria, su auténtica gloria, es que el ser humano viva.
Dios está en cada cama de hospital, en cada profesional, en cada persona que sufre, en cada persona a la que le dan de alta, en cada policía que nos cuida, en cada persona que limpia, en cada camionero que nos trae lo necesario para seguir adelante, en cada repartidor, en cada familiar que deja a su ser querido a las puertas de urgencias y tiene que irse llorando… Dios está en nuestras cruces sirviendo, consolando sosteniendo, amando… Dios es Padre, Madre, amigo, Hermano, sanitario, limpiador, buen vecino… Dios está en nuestras cruces pero no enviándonoslas, Dios no quiere que el ser humano sufra, no caigamos en esa blasfemia. ¡La gloria de Dios es que el ser humano viva!
No nos salvó ni Zeus, ni Poseidón, ni Hades. Nos salvó Cristo resucitado. Nos salvó el Hijo de Abbá.