Tal vez pueda parecer una obviedad (para quienes nos reconocemos creyentes, claro) pero yo creo que, en según qué momentos de la vida, no lo es tanto.

Hay veces en que Dios se desdibuja de tal manera y adquiere un rostro tan extraño que cuesta mucho reconocerle. En ocasiones como esas, una duda hasta de lo que jamás pensó que llegaría a dudar. Lo que un día identificó nítidamente como la voz de Dios resulta entonces una voz difusa y distorsionada que no se sabe muy cómo ni dónde apareció por primera vez. Lo mismo pasa con el abrazo amoroso que en el pasado atribuyó a Dios y que de pronto se vuelve frío y seco, llegándose a preguntar incluso si acaso alguna vez existió. El silencio se torna la nada y la oración palabrería barata. Solo hay oscuridad.

Si hay buena voluntad (¿o es acaso fidelidad?), a pesar de que la opción más tentadora es tirarlo todo por la borda y pasar olímpicamente del tema, una se aferra a lo que sea con tal de no perder la fe. Toca reinventarse y buscar nuevas maneras.

Como ese Dios que un día parecía estar tan dentro ya no está, se le empieza a buscar desesperadamente fuera, en el prójimo. ¿No dice el Evangelio que «cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos pequeños, conmigo lo hicisteis»? Es entonces cuando una comienza a mirar con otros ojos a todos aquellos que son capaces de dar de comer al hambriento o de beber al sediento. En ellos busca (también de manera desesperada) confirmación, prueba o evidencia de que existe algo más.

Pero en la oscuridad, tampoco eso basta. El corazón quiere creer, pero la cabeza lo impide. Hay tanta gente buena por el mundo que es capaz de dar de comer al hambriento y de beber al sediento sólo por una cuestión meramente humanista y ética…

Pero de pronto, sin grandes aspavientos, aparece una pequeña luz. Tenue, casi imperceptible: la vida contemplativa. La vida escondida de cientos de hombres y mujeres que no dan de comer ni de beber a nadie. La vida de tantas personas que solo se consumen en Dios sin hacer nada productivo. ¡Qué absurdo! ¡Qué ridículo! ¡Qué despilfarro! Pero esto quiere decir una cosa: que Dios existe. Y de pronto, también sin grandes aspavientos, se siente de nuevo algo de paz.

Hay mucha gente para la que el hecho de que Dios exista o no es absolutamente indiferente. Les da totalmente igual. Y no me refiero a la gente mala que hace estallar guerras y trafica con personas. Me refiero a mucha gente corriente que no necesita tener confirmación de la existencia de Dios porque le basta con la bondad del ser humano. Me refiero a tantas y tantas personas buenas que hacen el bien sin mirar a quién (ni el porqué).

Pero yo no soy esa gente, aunque muchas veces me gustaría serlo. Yo creo que la vida cobra un sentido radicalmente distinto si se acepta o se niega la existencia de Dios. Creo que es importante tener una postura clara a este respecto. Si Dios no existe, el ser humano puede ser muy bueno y alcanzar elevadísimas dosis de humanidad y altruismo que lo distingan del más evolucionado chimpancé. Pero no dejará de ser un elemento más de la naturaleza suspendido en medio del Universo que podrá ser eliminado de la faz de la tierra sin mayor drama el día que se le olvide apagar el gas.

Si Dios existe, un olvido con el gas tendrá el mismo final que si Dios no existe. Pero nunca tendrá el mismo sentido. Si aceptamos que Dios nos ha creado, aceptamos que somos sus criaturas predilectas y que estamos llamados a vivir una vida con sentido, una vocación concreta. No estamos puestos en este mundo al azar. Nuestra vida tiene un porqué y un para qué. Esto lo cambia todo.

Recientemente la Iglesia celebraba la jornada Pro Orantibus, dedicada a la vida contemplativa. Creo que hoy puede ser un buen día para agradecer a todas esas personas que con su vida testimonian de una manera sencilla y profunda que Dios existe. Sencillamente. Pero es que lo sencillo, en ocasiones es lo más complejo.

Muchas veces podemos creer por nuestra propia experiencia. Pero muchas otras veces no somos capaces de hacerlo solos y necesitamos del testimonio más genuino y primitivo de los otros.

Gracias a la vida contemplativa por ser ese testimonio, esa luz tenue en medio de la oscuridad.

 

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