En plena desescalada, tras unos meses donde el dolor, la fragilidad y la muerte han sacudido nuestra sociedad intensamente, encarando el final del mes de junio y el comienzo de un verano distinto, celebramos con sencillez y casi de manera desapercibida, la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.
Una fiesta que, aunque nos resistamos, nos remite a una imaginería trasnochada, con prácticas devocionales quizás difíciles de entender y promesas que nos cuesta hacer nuestras. Sin embargo, el Corazón de Jesús sigue siendo expresión central de la fe cristiana, expresión del amor de Dios por el ser humano.
El papa Francisco comparte a menudo una expresión cargada de intensidad desde el principio de su pontificado, hablando a menudo de la «revolución de la ternura». Esa revolución de la ternura, que recoge en su vídeo de oración mensual este junio, nos invita a acompañar, sanar y acoger, desde nuestra realidad a aquellos que nos rodean, a vivir esforzándonos por el bien de los demás. Hoy esa propuesta, sencilla, pero de profunda carga de Evangelio, responde a la deshumanización que el miedo que arrastra la covid-19 puede ir sembrando a su paso. Esa revolución de la ternura nos invita a salir de uno mismo, a poner nuestra vida al servicio del hermano, a participar del amor de Dios, haciéndolo llegar a tantos que lo necesitan a través de nuestra mano, de nuestra ternura; convirtiéndonos en expresión profunda del propio Corazón de Jesús.
Pero además esa revolución de la ternura, tan unida al Corazón de Jesús, tiene también a Dios como protagonista. Me explico. La reflexión teológica y el recorrido espiritual acerca del Sagrado Corazón de Jesús comienza con los Padres de la Iglesia y atraviesa la Historia de diferentes formas, para detenerse con intensidad en Francia. Allí en Paray le Monial, en un sencillo monasterio de la Orden de la Visitación, en pleno siglo XVII, santa Margarita Mª de Alacoque recibe una profunda experiencia del Amor de Dios. Cierto es que tras ella muchos y muchas vivirán su fe de la mano del encuentro con el Amor de Dios, manifestado en el Corazón de Jesús (Claudio de la Colombiére, Croiset, Gallifet, Bernardo de Hoyos, Rafaela María, José Mª Rubio, Arnáiz, Tarin…) pero con ella se produce algo especial: Dios le recuerda su sufrimiento, también a Él le pesa la indiferencia de los hombres y las mujeres de nuestro mundo, y busca recibir la ternura que los hijos trasmiten al abrazar a un padre.
Celebrar la fiesta del Corazón de Jesús es reconocer que el amor inunda la experiencia de Dios, de ahí nace el misterio de la encarnación y la resurrección de Cristo, del amor de Dios por la humanidad; pero esta fiesta también nos remite a la humanidad de Dios, manifestada en Jesús, y que nos recuerda que Dios busca ser amado, de ahí nace esa preciosa revolución de la ternura, que nos lanza a poner el corazón en juego a favor de aquellos que más lo necesitan, devolviendo amor por amor.
La festividad del Corazón de Jesús nos habla de una verdadera revolución de la ternura, donde situamos en el centro al amor, síntesis de la vida de Jesús, ese amor que hace brotar la vida, que complica y compromete, que nos invita a vaciarnos y desgastarnos y es expresión de sincera alegría. Una festividad que nos remite al compromiso de Dios con la humanidad y nos invita a ese abrazo de hijo e hija que todo Padre quiere recibir, expresado en el abrazo al hermano que lo necesita.
Al final, más allá de su desarrollo teológico y doctrinal, el sentido de esta fiesta, es tremendamente sencillo y profundo, es cuestión de amor.