Lo de la catedral de Toledo y el baile de Tangana, visto desde lejos, es algo así: al deán o al equipo del cabildo o a quien sea que tomara la decisión le propusieron la idea del vídeo con el baile de marras y la idea de esa conversión que nace del amor humano. Y ellos compraron la idea. Entonces, les metieron un gol. Porque el resultado final no era el imaginado, porque la letra de la canción era mucho más chabacana y banal de lo esperado, y el conjunto resultaba más chocante y menos espiritual de lo intuido.
A partir de ahí se armó la marimorena. Porque muchos, ofendidos, pedían explicaciones, sangre y desagravio. Y ahí vino el segundo error. En lugar de hablar las cosas y sacar un único comunicado, vinieron dos comunicados. El del cabildo/deán justificando el tema, con una tímida disculpa, y el de la archidiócesis una hora después, negando cualquier conocimiento del tema por parte del arzobispo, lamentando todo el episodio, y dejando al deán a los pies de los caballos. ¿No hubiera sido mejor que hablasen antes y sacasen un comunicado conjunto explicándolo todo –cómo se decidió, quién sabía y quién no sabía, dónde pudo haber un error, qué se pretendía, por qué funcionó o no funcionó–?
En todo caso, hay algunos aprendizajes tangenciales que se pueden señalar aquí:
1) Si te piden un lugar de culto para un vídeo, por mucha intención pastoral que tengas conviene pedir toda la información y tener pactado absolutamente todo: letra, contenido, imágenes y hasta el derecho final de aprobación. De otro modo, te la pueden colar.
2) Nadie está libre de meter la pata. Pero es ese el momento en que se ve dónde y cómo se ejerce la caridad. Porque hacer leña de quien se equivoca, de modo implacable y a veces brutal, no es lo más evangélico del mundo.
3) La comunicación importa. Para prever las consecuencias. Para pensar en los contenidos que difundimos. Para pedir perdón. Para explicar lo ocurrido. Para imaginar los posibles cauces de diálogo, donde sea posible, pero también sus límites.
4) También hay que ser honestos. Apuntaba alguien a quien conozco, que en las sacristías (donde está rodado el dichoso bailecito), los peores pecados son las palabras que calumnian, las faltas de caridad, el odio disfrazado de virtud, los egos que pelean por destrozarse mutuamente… y para eso, sin embargo, no hay demanda de desagravios. Yo añado que tenemos multitud de situaciones donde se violenta la vida, donde se falla al prójimo, donde se pervierte el evangelio, que son mucho más escandalosas, y estamos acostumbrados a ellas.
Supongo que esto, como todo, termina siendo una escuela. De sentido común, de comunicación, y siempre, siempre, de evangelio. Para quien quiera aprender.