En diversos ámbitos se escucha la preocupación por lo que se viene llamando el auge de los extremismos (de izquierdas y de derechas). La gente se pregunta extrañada por el porqué de esta situación.

Hace un tiempo, un niño en patinete molestó a unos señores al pasar sin cuidado por su lado. Éstos se lo hicieron ver. Ante su sorpresa, al rato apareció su padre para afearles lo hecho y decirles que no eran quienes para regañar a su hijo.
Tristemente es una situación que se repite. Los padres no corrigen a sus hijos por miedo a traumatizarles. Los profesores no reprenden a los alumnos por miedo a los padres. Y así se crea una situación de indisciplina y desorden que a nadie gusta, pero en la que nadie se moja para poner remedio.

Ante esto, suelen evocarse otros tiempos en los que los padres tomaban medidas con sus hijos, y los profesores ponían orden en la escuela. Deseando que venga alguien que, desde fuera, ponga orden en medio del caos en el que tantas veces se vive.
Pese al riesgo de caricaturizar, puede decirse que esto que ocurre en la educación es reflejo de lo que pasa en la sociedad. Vemos que nadie se atreve a corregir a nadie, ni a poner orden en situaciones que son un desastre, por miedo a las consecuencias que esto pudiera tener en sus vidas, reputación, trabajo, etc.

Y así, esperamos que la solución venga desde fuera. De alguien que tenga las «cosas claras» (según nuestro criterio) y “ponga orden” sin que nosotros tengamos que hacer nada. En definitiva, queremos que otro solucione los problemas que todos vemos.

Por ello creo que todos deberíamos asumir la pequeña parte de responsabilidad que tenemos en medio del caos en el que vivimos. No esperar que la solución venga desde fuera, sino más bien implicarnos en cambiar nuestro entorno más cercano, asumiendo las desventajas que esto conlleva. Es cierto que probablemente no veamos demasiados resultados y que suframos muchas consecuencias. Pero, no podemos olvidar que un cristiano no puede esperar que las cosas se solucionen desde fuera, sino que debe de implicarse en la parte que le toca, de la mano de Dios.

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PastoralSJ
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