Los japoneses utilizan un término difícil de pronunciar –Kintsukoroi– para referirse al arte de recomponer lo roto. Cuenta Carlos López-Otín al respecto: «Cuando se rompe una pieza de cerámica, los maestros de este arte ancestral la reparan con oro, dejando la cicatriz de la reconstrucción completamente a la vista y sin ningún disimulo, pues para ellos una pieza reconstruida es un símbolo perfecto que aúna fortaleza, fragilidad y belleza».
Los primeros cristianos, como los maestros del Kintsukoroi, decidieron también conservar y transmitir la historia de Jesús sin ocultar las muchas rupturas, heridas y traiciones que le acompañaron durante su vida. Podrían haber edulcorado, suavizado o directamente omitido los aspectos más polémicos de sus enseñanzas o los elementos más humillantes de su dramático final.
Sin duda, hubiesen ahorrado controversias y facilitado la aceptación del mensaje cristiano. Sin embargo, no lo hicieron. Al contrario, dejaron las cicatrices de sus heridas completamente a la vista y sin ningún disimulo. Pero lo hicieron no solo por ser fieles a la historia, sino, sobre todo, para mostrar la fortaleza, la fragilidad y la belleza de la reconstrucción obrada por Dios en la resurrección. Convenía mostrar el oro precioso que rellena los huecos entre las piezas rotas, la huella de Dios en las cicatrices de la historia.
La importancia de recomponer lo roto resuena también con el concepto del Tikun Olam (en hebreo, «reparar el mundo»), que expresa la responsabilidad compartida de la humanidad para curar, reparar y transformar el mundo. El concepto conecta con las insistentes exhortaciones de los Profetas de Israel y fundamenta la ética judía de la cual bebe el propio Jesús, buen conocedor de la tradición de su pueblo.
Una de las frases que mejor expresa esta llamada al compromiso con la reparación que brota de la experiencia del Dios creador y anuncia la fe en la resurrección es del profeta Isaías: «Los tuyos reedificarán las ruinas antiguas. Tú levantarás los cimientos de generaciones pasadas, y te llamarán reparador de brechas, restaurador de casas en ruinas» (Is 58, 12).
Pero no podemos olvidar que la restauración siempre es una tarea colectiva. Por ello no es Jesús quien, con sus propias fuerzas, vuelve a la vida tras bajar a los infiernos. Es en gran medida el Padre quien, como experto artesano, tras enviarle y sostenerle a lo largo de su misión, le eleva, le reconstruye y le resucita. La restauración obrada en la resurrección es un trabajo de colaboración, una labor de equipo en la que participa la Trinidad entera. Esa es la razón por la que, para los cristianos, el compromiso con la restauración del mundo es un modo de actualizar la experiencia de la resurrección y de vivir la vocación. El creyente escucha la llamada de los profetas y de Jesús para unirse a la labor del Dios-creador quien, en la resurrección, re-crea de nuevo la humanidad rota.
Los maestros japoneses del arte del Kintsukoroi, como los cuatro evangelistas, dejan la cicatriz de la reconstrucción completamente a la vista y sin ningún disimulo. Lo hacen porque la pieza reconstruida es un símbolo que aúna fortaleza, fragilidad y belleza. Es el símbolo del poder y la belleza que se expresa en la debilidad.