La semana pasada, el mundo conoció la noticia del asesinato del opositor ruso Alexei Navalny en una prisión siberiana, como era de imaginar, por una fatídica “muerte súbita”. Un hecho que habla de cómo se las gasta el régimen ruso y de lo poco que valoramos la democracia en Occidente, dicho sea de paso.

Más allá de la crueldad de todo régimen que aspira al totalitarismo y del virus del pensamiento único hay un denominador común: el trato al que piensa distinto. Y es que no podemos negar que esto nos escandaliza cuando lo vemos en dictaduras o en falsas democracias, y con razón. Pero poco a poco esto va calando en nuestra sociedad, pues nos hemos vuelto cada vez más alérgicos al que piensa diferente. Entonces nos sentimos ofendidos porque un deportista hace comentarios que no se ajustan a nuestros parámetros ideológicos, silenciamos a alguien en las redes porque argumenta distinto o hacemos el vacío en el trabajo a los que no consideramos tan tolerantes como lo somos nosotros.

Disentir no es ser necesariamente desleal, me atrevería a decir que puede llegar a ser otra forma valiente de lealtad. Si ansiamos y presumimos de sociedades diversas y plurales tenemos que educarnos en el diálogo. Y el diálogo no es hablar con los que piensan como nosotros o divagar en cosas espurias para no abordar ciertos temas porque nos incomodan y porque nos pueden confrontar. Dialogar tiene que ver con buscar la verdad, la comprensión y el bien común entre varios, no en limitarnos a escuchar lo que sencillamente queremos oír. Al fin y al cabo, nuestro mundo necesita profetas capaces de pensar distinto.

Y tú: ¿cómo tratas al que piensa distinto?

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