En el parabrisas del coche, alguien ha puesto un pasquín. En realidad, lo ha dejado en todos los automóviles de la calle en una acción de marketing callejero, aunque hasta el nombre le viene grande. Es una hojita rectangular con unas letras grandes que llaman la atención a modo de encabezamiento: «chamán Hassam». Y sigue una retahíla ya en cuerpo más pequeño pero que puede leerse a simple vista, sin las gafas que debo usar para encarar el periódico, por ejemplo.
Copio el pasquín: «Gran poderoso espiritual africano. Soluciono problemas de amor. Recuperar pareja o separación, mejorar negocios. Ahuyento. Magia negra, vudú, problemas familiares. Atraigo suerte en juegos, deporte. Resultado de 3 a 7 días. Eficaz y… garantizado 100%». Y debajo, destacados en blanco sobre una banda azul, dos números de teléfono con sus correspondientes iconos de la red social de mensajería instantánea más extendida para que el interesado entre en contacto.
Me llaman la atención varias cosas. Primero, lo directo que es, no se anda con rodeos, quien acude al chamán Hassam sabe a lo que va. Segundo, lo identificada que tiene las áreas sobre las que todas las personas buscan algún tipo de ayuda: las relaciones personales, el amor, la familia, el dinero, un golpe de suerte… Pero, sobre todo, lo que me fascinó de la nota fue el contundente mensaje del final: «Eficaz y… garantizado 100%».
No quiero herir la sensibilidad de ningún lector, pero ¿no estaremos actuando nosotros de forma parecida al chamán Hassam cuando proclamamos la fama milagrera de esta o aquella imagen venerada, de esta o aquella advocación, de este o aquel santo? ¿No competimos en el supermercado espiritual con chamanes y hechiceros cuando osamos asegurar que Dios atenderá nuestros ruegos por muy peregrinos que sean?
Dice la epístola de Santiago: «Pedís y no recibís, porque pedís mal, con la intención de satisfacer vuestras pasiones». Esas que el chamán de turno se atreve a garantizar 100%. No sabemos pedir. Menos mal que el Espíritu Santo viene en nuestro auxilio con gemidos inefables.