Hay una interesante polémica/diálogo/debate que lleva días sumando voces y perspectivas desde que Diego S. Garrocho y Miguel Angel Quintana Paz se preguntaron por dónde están hoy los intelectuales cristianos. Sus tesis vienen a decir que, habiendo intelectuales y pensadores de todos los ámbitos en la esfera pública, faltan los pensadores cristianos que defiendan una cosmovisión, la plausibilidad de la fe, o determinadas posturas sobre la vida en común, desde la solidez de un discurso creyente. No les niego la razón. Pero llevo días pensando que en su punto de partida hay un sobreentendido demasiado optimista. El de que todos los demás sectores tienen una intelectualidad pujante y visible. Me atrevo a ensanchar su protesta, y convertirla en un «¿Dónde están los intelectuales?» Así, en general. Por supuesto, no niego que los haya. Pero sí que su visibilidad pública es mucho menor en todos los ámbitos. Lo que hoy se lleva son polemistas y creadores de opinión, que hacen del hashtag la alternativa al argumento.
Pongamos cuatro ejemplos actuales: Uno. ¿Dónde están los intelectuales –en general– en el inexistente debate de la eutanasia? Perdidos en foros especializados con argumentos que no trascienden para generar debate público. Dos. ¿Dónde están los intelectuales que aporten de verdad un análisis antropológico, pedagógico, psicológico, histórico… en las reformas educativas (en lugar de reducirlo todo a formulaciones y reformulaciones del incompleto binomio público-privado)? Tres ¿Dónde están los intelectuales en la política, figuras de talla que tiendan puentes entre convicciones y concepciones sociológicas, filosóficas, morales o humanistas de la realidad? Y que puedan ser coherentes con dichas ideas (sin hacer de la razón de Estado la justificación de todas las incoherencias). Han sido reemplazados por los asesores –cuya meta es la conquista y conservación del poder–. Por eso las viejas guardias (más conceptuales y coherentes) terminan siendo acusadas de ser reductos de dinosaurios anclados en un pasado inexistente. Cuatro. ¿Qué son hoy «los expertos», más allá de un concepto fantasma? ¿Quiénes son los verdaderos expertos cuya opinión se tiene en cuenta con independencia de si apoyan o critican a quien les consulta? ¿Dónde están?
Hoy en día el debate intelectual en la esfera pública se ha sustituido por el debate más polemista, pasional y emotivo. Los intelectuales no suelen entrar en este tipo de argumentos, porque no tienen tiempo, ganas ni paciencia para la inmediatez, la inconsistencia y el ataque personal en que suele degenerar cualquier polémica. ¿Hay polemistas cristianos? También los hay, pero menos. Y mucho menos influyentes, porque la dinámica contemporánea es muy poco compatible con la búsqueda de la verdad, o con la justificación de valores que se pretenden absolutos. Y por eso, su propia actitud polémica se vuelve contradicción en ellos.
Hacen falta más intelectuales hoy, que puedan volver a tender puentes entre las ideas y los proyectos. Hombres y mujeres que sepan conjugar el ser y el deber ser. Que propongan cosmovisiones donde encaje la fe, la ciencia, el ser humano, y los valores, e ideas concretas de sociedad que correspondan a dichos valores. Es decir. Haberlos, haylos. Existen. Están en las universidades, o en sus casas, y en circuitos muy cerrados. Pero no en la sociedad del espectáculo, donde no entretienen.
La conclusión no es que haya que volver a las esencias de una intelectualidad decimonónica, de biblioteca, salón y tertulia (siempre habrá algún nostálgico que ahora cite La clave). Tampoco que el intelectual deba convertirse en un showman (o woman). Pero el mundo ha cambiado. Y sí, los intelectuales tienen que encontrar el camino para hacerse oír en este nuevo mundo. Es más, tienen que encontrar un camino para hacerse oír, en primer lugar, por sus propios correligionarios (por ejemplo, y aquí vuelvo a la polémica que origina estar reflexión, me temo que a los intelectuales cristianos no los buscan ni los cristianos, más extraviados a veces en las batallas mediáticas que en el verdadero contenido intelectual, vital y existencial de la fe). Ese es el reto de los intelectuales. Encontrar el modo de suscitar pasión por el conocimiento en un mundo emotivo y fugaz. Porque, desgraciadamente, este es ahora el tablero del juego. Si no consiguen hacerse un hueco, la sociedad quedará (si no lo está ya) en manos de los vendedores de eslóganes.