Nunca ha sido fácil estar en la frontera. Son lugares donde la novedad asoma y no siempre tiene buen rostro. Son lugares donde lo seguro queda lejos y la frialdad de lo inesperado siempre está dispuesto a dar la campanada. Gracias a las personas que han estado en las fronteras las sociedades han ido avanzando, pero no siempre esas personas han tenido una vida fácil. A veces, incluso, han tenido una muerte demasiado temprana.
Este es el caso del misionero salesiano Antonio César Fernández. Tras vivir muchos años en diferentes lugares de África quiso abrir camino en Togo tratando de acercar la Buena Nueva de Jesús en los escenarios donde no es fácil recibirla. Desgraciadamente el mal del mundo, representado por agentes del dolor y sufrimiento, quitaron la vida a Antonio en la bruma de un bosque, donde se oculta la mala conciencia y la vergüenza, porque no quiere testigos, voceros ni informantes.
Si algo me brota de lo más profundo del corazón es admiración y agradecimiento por la vida de este salesiano. La vocación misionera nunca fue fácil. Ya en el evangelio, Jesús, advierte de que habrá lugares donde no serán bien recibidos (Lc 10, 10) y que la hostilidad, el rechazado y el menosprecio estarán en la hoja de ruta durante la misión, pero eso no retuvo –ni retiene– a los misioneros que entregan su vida acompañados de una incertidumbre tan grande como la confianza en Dios y su providencia.
En este mundo de ‘fuegos artificiales’ donde miramos más los colores, el ruido y el humo que provocan las superficiales noticias, nos encontramos de repente con una realidad que existe desde hace muchos siglos. Una realidad de gente sencilla, humilde pero muy valiente, que es capaz de cruzar océanos o atravesar desiertos para poder testimoniar la vida de Cristo con su ejemplo. Los misioneros hacen realidad la palabra católico que acompaña a la Iglesia. Católico como universal. Quizás en otros tiempos tenía un toque impositivo, pero ahora, sin duda, es más bien caritativo, misericordioso y entregado. En la vocación misionera no hay fronteras sino oportunidades, no hay obstáculos sino retos y ese miedo ante lo desconocido esta rodeado de confianza en un Dios que siempre sale al paso.
Gracias Antonio por ser ejemplo de entrega y disponibilidad. Gracias por hacernos ver a los cristianos que nuestro mundo no teme al mal porque la Vida le ha ganado la batalla. Gracias porque, a pesar del dolor, ejemplos como el tuyo nos ayudan a seguir caminando detrás de Jesús.