No sé cómo contártelo, sin sonarme melosa, ñoña. Soy una persona de fe, con etapas en las que he vivido con la certeza de estar más sostenida por Dios, y otras en las que he ido «por mi cuenta», aunque tratando de estar en referencia a Él.
Supongo que del entorno en el que vengo, la confianza en Dios empieza, donde acaban las seguridades, pero es que las seguridades son muchas, y está bien. Ojalá en todos los rincones del mundo existiera acceso universal a la atención sanitaria, escolarización, algo que llevarse a la boca, agua (y potable) en las casas –con techo y puerta– , seguridad para salir a dar un paseo sin temer por la propia vida. En mi caso casi que la experiencia de la confianza la he vivido en el ámbito de lo espiritual. Sí que es verdad que he tomado opciones vitales que han supuesto por mi parte dejarme en manos de Dios… sin más, hasta ahí.
Pero desde hace algún tiempo que vivo en Haití –quizás tú lo has vivido en otros entornos– experimento una invitación a una confianza… distinta. ¿Providencia? No sé. Yo suelo ser de las que habla de casualidades, y probablemente, en muchos casos, así sea. Sin embargo, podría escribir mil historias, de ellos y también mías… solo dos…
Hace algunas semanas estaban preocupadas las mujeres, ¿a qué se iban a dedicar en el taller con lo parado que está todo con la Covid? No hay nadie que viaje… En esa semana, llamaron para hacerles dos pedidos distintos… «porque Dios quiere…»
Estaba claro que ese no era el camino, porque realmente por aquí pasa el agua, con fuerza cuando llueve, pero no personas; pero ya hay que seguir… cuando llegamos arriba del todo, vemos unas casitas, descansamos un rato antes de «lanzarnos» colina abajo…. Al poco llega un chico a nuestro encuentro «os he visto desde lejos, es un camino difícil, he venido a ayudaros», y realmente era difícil, mucho, gracias a que salió a nuestro encuentro llegamos enteras.
«Si Bondye vle» (si el Buen Dios quiere), y te lo dicen con fuerza, lo añaden a tu frase. Y lo que pasa es que Dios quiere. Dios está, Providente, latiendo tan fuerte, acompañando sus vidas, desprovistas de toda seguridad. No es que esperen a que las cosas les lluevan, trabajan, trabajan muchísimo, pero es tal vida a la intemperie… que hay mucho terreno para Dios.
«Fijaos en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni recogen en graneros, y sin embargo, vuestro Padre del cielo las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?» (Mt 6, 26). El Bondye, que se hace presente a modo de guía, lluvia, cosecha, semillas, luz, cobijo, encuentro… «y lo demás se os dará por añadidura».