Fue la teología deuteronomística, la más significativa de las teologías históricas del antiguo Israel, la que generó lo que podríamos denominar la teología del castigo, para dar respuesta a dos realidades para ellos incontestables.

Por una parte, la idea tradicional de que Israel era el pueblo que Dios se había elegido movido por su amor: Dice el libro del Deuteronomio (Dt 7, 7-8): «Si el Señor se enamoró de vosotros y os eligió, no fue por ser vosotros más numerosos que los demás, pues sois el pueblo más pequeño, sino por puro amor a vosotros y por mantener el juramento que había hecho a vuestros padres». Y, por otro lado, el acontecimiento histórico de que Nabucodonosor II, rey de Babilonia, conquistó por segunda vez el pequeño reino de Judá y destruyó el templo de Jerusalén en el año 586 a.C. Otros desastres históricos habían ocurrido antes como la toma del reino de Israel por el asirio Sargón II en el año 722 a.C. o la muerte del rey Josías el año 609 a.C. en Megido cuando presentó batalla al ejército del faraón Necao II.

La cuestión se planteó así: si Dios ama a su pueblo hasta el punto de haberlo elegido frente a los demás, ¿cómo era posible que el pueblo tuviera que sufrir estos desastres? ¿Se debía a que el Dios de Israel tenía poco poder? Incluso, ¿su poder era inferior al de Marduk, dios de Babilonia? Los teólogos deuteronomistas rechazaron esta idea hasta el punto de mantener que su Dios era el único Dios de todos los pueblos, por lo que fue entonces cuando Israel dio a luz al monoteísmo radical.

O su alternativa, ¿se debían esos desastres a que Dios, siendo el único Dios, había rechazado a su pueblo y había cancelado la elección de la dinastía davídica que le había prometido a David poco después del año 1000 a.C. «Tu casa y tu reino se mantendrán siempre firmes ante mí, tu trono durará para siempre» (2Sam 7, 16), que evolucionó posteriormente a la elección del pueblo de Israel en su conjunto. Los teólogos deuteronomistas rechazaron también esta posibilidad. Dios no había rechazado a su pueblo pues en ese caso no sería un Dios fiel o, dicho de otro modo, no podría ser Dios.

La teología deuteronomista solucionó el dilema creando la figura teológica del castigo. De modo que esta categoría permitía seguir afirmando las dos mayores verdades de la fe del antiguo Israel: el monoteísmo radical, es decir, que existe un único Dios para todos los pueblos y que ese Dios había mostrado su amor eligiendo a Israel. El desastre que vive Israel, tras la conquista de Nabucodonosor, durará sólo un tiempo, que según el profeta Jeremías será de 70 años (cf. Jer. 25, 11 y 29, 10). Así pues, el castigo de Dios resulta ser una llamada de Dios a la conversión. Los desastres que ha sufrido Israel son sólo los intentos amorosos de Dios para atraer a su pueblo hacia Sí.

 

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