En los últimos días he podido ver con una mezcla de estupor y desesperación cómo algunos «pastores» de esta Iglesia nuestra salen a la palestra a decir que esto del coronavirus es un castigo divino –en distintas versiones–, por lo mal que va el mundo, por la comunión en la mano, por la pachamama, por la secularización, por cerrar las iglesias para evitar los contagios…

Y me pregunto, ¿no han entendido nada del Nuevo Testamento? ¿Siguen creyendo en el Dios airado que castiga y manda plagas? ¿Qué ven cuando miran en la cruz a quien murió por amor y se negó a responder al mal con mal?

Por supuesto, si se te ocurre decir algo así, inmediatamente aparecen los fundamentalistas del versículo. ¿Quiénes son? Los que toman un versículo de alguna carta paolina y en torno a ello montan toda su teología, prescindiendo de todo lo demás (misericordia incluida). Independientemente de que para nosotros la Verdad no es la literalidad de cada palabra contenida en la Biblia (por suerte, porque nos volveríamos locos), sino Jesucristo. Y la Escritura nos ayuda a comprender, interpretar y acoger esa verdad desplegada en el tiempo.
Creo que estos profetas del Dios airado se equivocan. Creo que hacen daño. Creo que no creemos en el mismo Dios. Y creo que, gracias a Dios, Dios es más misericordioso de lo que ellos piensan. Porque, si no, tanto daño como hacen no tendría perdón…

Imagen: Ed Knippers, Christ in the Wild (detalle)

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