Muchas veces nos estancamos en el porqué de nuestra existencia. Aunque sepamos que Dios nos ha creado por amor, volvemos una y otra vez a cuestionar: “¿Por qué me hizo así?”, intentando entender sus razones desde nuestra limitada lógica. Dios nos invita a cambiar el enfoque, a ponerle a Él en el centro. Nos invita a abrirnos agradecidos al regalo de la vida y a querer vivirla desde la búsqueda de su propósito y no desde la razón de nuestra creación.
Quedarnos solo en el “porqué” nos inmoviliza, nos atrapa y nos encierra en nosotros mismo. En cambio, cuando pasamos a preguntarnos el “para qué”, pasa lo contrario. Esa pregunta nos saca del bloqueo, y nos orienta hacia el sentido y la misión que Dios ha soñado para nosotros. Preguntar por el “para qué” de nuestra existencia es un acto de fe. Es ponernos delante del Señor, a tiro, con el deseo de servirle y de preguntarle: “Señor, ¿qué quieres de mí?”. Es sabernos pensados y creados por Él con un propósito. Vivir desde el agradecimiento es precisamente eso: abrazar nuestra vida como el regalo que es y querer vivirla al servicio del Plan de Dios.
Y cuando lleguen los momentos de duda, cuando no entendamos por qué Dios nos ha creado como somos, abracemos este misterio con humildad. Para poder vivir desde el agradecimiento y la confianza en Él y para querer poner nuestra vida al servicio de su Plan.