Parece ser que en un programa de la televisión alemana 120 personas católicas de orientación homosexual han hecho pública su condición. Hay sacerdotes, personas consagradas, laicos activos, educadores, catequistas, miembros de coros. Los hay solteros, y los hay viviendo en pareja. ¿Por qué este paso al frente? Según expresan en entrevistas y en las noticias que han aparecido, para reivindicar que «están ahí». No quieren silencio. No quieren un anonimato forzado. No quieren vivir con miedo a que, cualquier día, una polémica se lleve por delante sus apostolados, trabajos o misión. No quieren sentirse cristianos de segunda. No quieren conformarse con formulaciones que nacen de la incomprensión de la realidad de las personas homosexuales. No quieren ni más ni menos que poder vivir en la Iglesia tal y como son. No quieren que siga ocurriendo que hay quien los compara con enfermos, o los tache de viciosos, como desgraciadamente tantas veces ocurre. No quieren que la orientación sexual y la identidad de género sean causa de despido. Quieren, al menos, poder hablar, dialogar y ser escuchados. Quieren que la vida actual de la Iglesia, y la pastoral que en tantos lugares va muy por delante de algunas formulaciones, puedan albergar diálogos serenos. Quieren sentirse en casa.