Queridos Reyes Magos, Esta Navidad os quiero pedir por la Iglesia, para que nos devolváis la alegría y la esperanza. No solo por Francisco, la Compañía o las comunidades de mi ciudad, más bien por todos los cristianos del mundo: los que tienen dudas y los que lo tienen todo claro, pequeños y mayores, hombres y mujeres, laicos y religiosos, grandes teólogos y pequeños catecúmenos. Sencillamente todos, al fin y al cabo esta es la esencia de nuestra Iglesia. No sé, de vez en cuando me da por pensar que nos envuelve una especie de nihilismo cristiano, como si Dios estuviera enterrado en una pila de escombros que no logramos rescatar.

Igual es cosa de la pandemia o que cada vez es más complicado ser cristiano –hay mucha agresividad disfrazada de tolerancia–, sin embargo en ocasiones lo vemos todo negro, vacío o sin sentido. A mí también me pasa, que nos puede la crítica y no logramos ver el lado bueno y bonito de las cosas. Y así, poco a poco, vamos desafectándonos de ideas, proyectos, instituciones y personas, de tal manera que a veces parece que no lanzamos a Dios a la hoguera por pura cobardía, porque el virus de la crítica y el pesimismo siempre necesita una víctima más. Intentamos ser cristianos, por supuesto que sí, pero nos olvidamos de la alegría y de la esperanza, como si el futuro solo pudiera ir a peor. Me niego a pensar que lo cristiano se convierta en sinónimo de tristeza.

Creo que no es un regalo pesado, ni mucho menos. También sé que depende mucho de nosotros y de reconocer que hace 2000 años también reinaban el miedo y la desesperanza. Ojalá que poco a poco volvamos a ser cristianos con alegría y capaces de soñar un futuro prometedor, y a reconocer lo bueno y lo bello de este mundo y de esta Iglesia. Porque Dios no está solo en el pasado, sobre todo está en el hoy y en un mañana bueno que aún está por llegar.

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