Queridos Reyes Magos: Este año, en medio de este ambiente de preocupación y tristeza que nos rodea, quiero pediros que el próximo año podamos celebrar una Navidad como las de siempre, que no esté marcada por la «nueva normalidad», sino que sea simple y sencillamente normal.
Una Navidad en la que podamos volver a nuestra ciudad para reencontrarnos con los amigos y conocidos por la calle y poder darles la mano, o un abrazo, sin sentir después el miedo al contagio por haberlo hecho.
Una Navidad en la que los comercios estén llenos de gente, no como una apología del consumismo, sino como símbolo de que, gracias a ello, muchas familias se recuperan después del golpe económico del confinamiento.
Una Navidad en la que podamos ir a bares y restaurantes, acercándonos entre montones de personas hasta una barra llena, felicitando las fiestas a aquellos con los que nos encontramos en nuestro camino hasta el camarero. En la que podamos juntarnos a comer con los amigos en el restaurante de siempre, y acercarnos a la mesa de al lado para saludar, sin miedo a que nuestra presencia pueda contaminar sus platos.
Una Navidad en la que la casa de los padres, o de los abuelos, se llena de gente. En la que no hay aforos, la que los puestos en las mesas no tienen distancia de seguridad, porque lo que cuenta es poder compartir el tiempo, la comida, la alegría, la fe y la vida con aquellos a los que queremos.
Y, por supuesto, una Navidad en la que podemos celebrar como cristianos en nuestros templos, sin pantallas; sentados en el banco de una iglesia abarrotada que canta a pleno pulmón para celebrar el nacimiento de Jesús, sin miedo a que con su canción pueda contagiar a otros. En la que podamos dar la paz a aquel que tenemos al lado, decir «amén» al recibir el Cuerpo de Cristo, besar la imagen del Niño Jesús. En definitiva, una Navidad en la que podamos celebrar realizando todos aquellos signos externos que nos introducen en la profundidad del misterio de un Dios que se hace hombre en suma pobreza, por amor.