Queridos Reyes Magos: Supongo que este año habréis recibido muchas cartas pidiéndoos vacunas contra la Covid-19 o alguna solución mágica que nos permita borrar de nuestra historia los últimos diez meses. A mí, sin embargo, me gustaría pediros volver a aquellos días de abril, justo cuando estábamos en el momento álgido de la pandemia y todavía no sabíamos de qué iba el asunto.
No me malinterpretéis. No es que sea masoquista ni nada por el estilo. No tengo ningún interés en revivir las noches frente al televisor en las que veía películas de serie B porque era la única forma de anestesiarme y sobrellevar el constante bombardeo de noticias terribles. No quiero volver a acostumbrarme a las cantidades de muertos diarios de las que hablábamos entonces, ni quiero volver a ver imágenes de hospitales colapsados y personal sanitario a punto de desfallecer.
Pero sí me gustaría rescatar el halo de humanidad que envolvió nuestra vida durante aquellos meses grises en los que, pese a todo, brotó una generalizada sensación de esperanza que creo que todos fuimos capaces de percibir de una manera más nítida que nunca. ¿Os acordáis, Majestades? Por unos meses fuimos capaces de poner a la persona en el centro de todo y esto nos llevó a remar en la misma dirección por primera vez en mucho tiempo. Salíamos cada tarde al balcón y aplaudíamos agradecidos a quienes nos estaban sosteniendo en esos momentos tan duros; liberamos nuestras agendas y al fin encontramos huecos para hablar con quienes hacía tanto que no lo hacíamos y descubrimos que en esas llamadas había algo que nos llenaba más que nuestras rutinas aceleradas y aparentemente imprescindibles que en realidad no lo eran tanto; se despertó en nosotros un fuerte deseo de solidaridad que se materializó en acciones muy pequeñas que se tornaron muy grandes porque eran las únicas que podíamos desempeñar en ese momento (empezamos a hacerles la compra a nuestros vecinos mayores, nos ofrecimos para dar conversación telefónica a las personas que estaban solas, escribimos cartas que llegaron a pacientes de Covid a los que no conocíamos pero a los que queríamos hacer sentir que estábamos acompañándolos en su batalla…). Todo iba a salir bien porque ese virus lo parábamos todos. Estábamos convencidos de ello. Hasta lo ponía en nuestros arcoíris.
Después llegó el verano y la cosa parecía que, efectivamente, iba bien. Por lo menos, mejor. Así que poco a poco fuimos olvidando todo lo vivido. Salíamos al balcón pero ya no aplaudíamos. Ahora hacíamos caceroladas, por X o por Y. El motivo es lo de menos. Nuestros vecinos mayores del cuarto no parecieron importarnos demasiado cuando decidimos que nada ni nadie podría arrebatarnos el verano y nos fuimos alegremente de viaje. Volvimos a llenar nuestras agendas en cuanto pudimos pisar nuevamente la calle y en ellas ya no había huecos para escribir cartas, llamar a preguntar qué tal, o pasar tiempo con los nuestros.
Con la llegada del otoño se abrió paso la inevitable (y tan anunciada, aunque quisimos hacer oídos sordos) segunda ola de contagios. Pero esta vez fue distinto. Ya sabíamos a lo que nos enfrentábamos y sabíamos que no sería fácil ni agradable. Estábamos hartos. Entonces decidimos recurrir a lo de siempre, a lo fácil: culpabilizar, separar, radicalizar posturas, crispar el ambiente, criticar sin proponer…
Queridos Reyes Magos: me niego a pensar que lo que vivimos durante los primeros meses de la pandemia fuera un mero espejismo. Estoy convencida de que había mucha esperanza real y mucho deseo auténtico de volvernos más humanos. Nos topamos muy de cerca con nuestra fragilidad y eso nos hizo entender que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Y eso es lo que pido para estas Navidades, que seamos capaces de recuperar algo de todo eso.
Que Aquel que nació en un pesebre y sabe mucho de situaciones adversas nos aliente y nos impida perder la esperanza en que es posible vivir todo esto como oportunidad de cambio. De esta crisis podemos salir mejores como sociedad si cada uno de nosotros está dispuesto a salir mejor como persona.
¿Nos traéis esas ganas de intentarlo, Majestades? En realidad no nos hemos portado tan mal. Sólo se nos hace largo el camino, tenéis que entenderlo. Pero queremos recorrerlo. Con todos sus baches, curvas y desniveles. Porque si no estaríamos recorriendo sólo una parte del camino. Estaríamos viviendo una vida a medias. Y nosotros, los cristianos, la vida la vivimos en plenitud.