He vuelto a una ciudad que no visitaba desde hace muchos años. He empezado a pasear por calles familiares. Muchas cosas han cambiado, y otras permanecen. Los cambios indican vitalidad, evolución, marcan el paso del tiempo. Están bien. Se abren unos negocios y se cierran otros. Algunos trayectos hay que hacerlos ahora por otras calles. La permanencia también tiene valor. Da seguridad, permite reconocer los lugares comunes… y volver a tomar un café en un lugar familiar tiene algo de regreso al hogar.

Pero, en medio de este camino evocador, caí en la cuenta de algo que me llenó de inquietud. Estaba en el centro –estoy hablando de una gran ciudad–. Un área abarrotada de gente. Había muchas tiendas de alimentación, de moda, de tecnología… pero, ¡han desaparecido casi todas las librerías! Las grandes, y las pequeñas. Al pensarlo, me dije: «quizás estás exagerando». Entonces busqué a través de Google Maps. Efectivamente, no había librerías cerca. La más cercana, a 25 minutos caminando. Hasta allá me fui. Una librería bonita. Tres pisos. Los libros, ordenados con un criterio temático. Bastante gente dentro, ojeando (que es echar un ojo) y hojeando (que es pasar las páginas) libros. El que estaba a cargo, se veía que controlaba y aconsejaba. Me pareció como una isla en medio de una sociedad que va acelerada.

Después pensé que en mis lugares habituales el mismo proceso se ha producido, solo que al ser día a día no lo noto tanto y sigo teniendo rincones donde sumergirme entre los libros. He buscado datos. Es difícil extraer conclusiones. Depende del tiempo que abarque la medición se habla de disminución o de aumento. Por ejemplo, se dice que –en España– por primera vez tras bastantes años de declive, aumentan ahora las librerías independientes. Por otra, que disminuye su facturación. Y sin duda, crece la venta online de libros (más de papel que electrónicos en todo caso).

Lo que sé es que esto me ha hecho pensar. Una librería es un lugar necesario. Porque es donde puedes buscar –incluso sin saber bien qué buscas–. Puedes curiosear, y cuando algo te llama la atención, fijarte un poco más, leer el índice, asomarte a un fragmento, y quizás entonces llevarte el libro. No tienes que ir a tiro fijo, y aunque haya un escaparate donde el librero expone lo que considera más destacado, en cuanto estás dentro tú ya puedes abstraerte y pasar tiempo buscando a tu aire. Mi experiencia es que internet no te permite eso. No con la misma seguridad. No con la misma capacidad de descubrir sorpresas en las palabras prestadas.

Y aún más. Los libros son necesarios en una sociedad que se mueve a golpe de titulares. Nos hacen pensar. Nos dan profundidad. Nos permiten tomarnos tiempo para no estar reaccionando a cada estímulo con una velocidad contraproducente. Que no dejemos de leer. Ensayos. Novelas. Estudios críticos. Libros de política, de economía, de historia, de espiritualidad. Ficción o realidad. Que no dejemos de cultivar la imaginación tratando de convertir las palabras en escenas.

Cuando los totalitarismos querían imponer pensamientos únicos quemaban libros. Ahora nos entretienen.

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