Cuenta una anécdota que en cierta ocasión, al bajar Santa Teresa de Jesús unas escaleras en el convento de la Encarnación en Ávila, se le apareció un hermoso niño, y pensando que se trataba de un hermano o sobrino de alguna religiosa de la comunidad, Teresa se dirigió a él preguntándole: -¿Como te llamas, hermoso niño? -¿Y tú, ¿cómo te llamas?- preguntó él a su vez; -Yo soy Teresa de Jesús-, respondió la Santa, -Pues yo soy Jesús de Teresa-, replicó él. Según lo que la tradición cuenta, se trataba del Niño Jesús. Es entonces cuando Doña Teresa Sánchez Cepeda Dávila y Ahumada se convierte, nada más y nada menos, en Teresa de Jesús.

Lo que nos une con Teresa de Jesús es precisamente esa radical preposición “de” que indica pertenencia y posesión. Ser de Jesús de Nazaret es una correspondencia que nace de un asiduo trato de amistad; de un desbordante amor que nos llama a la absoluta fidelidad para cantar: dichoso el corazón enamorado que en sólo Dios ha puesto el pensamiento; por él renuncia a todo lo criado, y en él halla su gloria y su contento. Un amor prendado de una hermosura que excede a todas las hermosuras y nos hace plantarnos en la realidad, apresurar los pasos y contemplar que está ardiendo el mundo en llamas y no es momento de tratar con el Señor negocios de poca importancia.

Ser de Jesús es una experiencia que fecunda todo nuestro ser y nos impulsa a que de nosotros nazcan obras, conscientes de que el Señor no mira tanto su grandeza como el amor con que éstas se hacen. Ser de Jesús es ser valientes porque está claro que, a los que Dios mucho quiere, lleva por camino de trabajos, y mientras más los ama, mayores; pues creer que admite a su amistad estrecha a gente regalada y sin trabajos, es disparate.

Desde nuestra más íntima intimidad, reconocemos que ¡tuyos somos y para Ti nacimos! ¡Juntos andemos, Señor! Por donde vayas, queremos ir. Por donde pases, deseamos pasar. Es tiempo de caminar, con una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar y, entre pucheros y gemidos, mirarte que nos miras y cantarte, en el ocaso de nuestra vida, como Teresa, un deseo ya realizado, saciado y culminado: !mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado!

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