Tanto más oscuros parecen nuestros caminos, cuanto más nos alumbran los faros de luz. Tal es el caso de los tiempos recios que vivimos y la luz que nos aporta el buen Dios a través de la vida de Santa Teresa de Jesús. Y es que mucho se ha dicho de esto nuestros “tiempos líquidos” en donde parecen abundar los jóvenes de la llamada “generación de cristal”; es decir, personas que parecen vivir en la cima de la emocionalidad, la susceptibilidad, la falta de compromiso, la baja tolerancia a la frustración y la tendencia a la inmediatez. Somos generaciones modeladas a pulso por la virtualidad de las redes sociales; adictos al “scrolling”, seducidos por el brillo de las pantallas, el consumo indiscriminado de contenidos digitales que nos dejan insatisfechos, solos, vacíos y sedientos de trascendencia… hambrientos de Dios.
En Santa Teresa de Jesús podemos encontrar la historia de una mujer de su tiempo quien, después de casi veinte años de vida consagrada, se convierte a una edad adulta, es decir, ¡a sus 39 años! Después de una vida anodina y desperdigada, vivida como una de tantas “como las muchas”, “flaca y ruin” como diría ella misma; absorta en las vanidades del mundo y anegada en la rutina de lo superficial. En sus propias palabras nos dirá que “deseaba vivir, que bien entendía no vivía, sino que peleaba con una sombra de muerte”. Quizás, como muchos de nosotros nos hemos sentido, cuando de pronto se nos borra el norte y perdemos el sentido de nuestra vida. Sin embargo, Dios tiene sus caminos y por gracia no se cansa de llamarnos y de esperarnos; de crearnos y recrearnos. Como la misma Teresa lo dirá con toda la belleza de poesía “vuestra soy, pues me criaste; vuestra, pues me redimiste; vuestra, pues que me sufriste; vuestra, pues que me llamaste. Vuestra, porque me esperaste, vuestra, pues no me perdí”.
Hoy, en tu día Teresa, queremos aprender contigo a escuchar el “silbo del Pastor” que nos llama a entrar a nuestro castillo interior, reconociendo que “la puerta para entrar a ese castillo es la oración”. En ti, Teresa, aprendemos a ser de Jesús. Encontramos en ti a una maestra de oración que, seducida por el Amado, nos invita a rehabilitar y unificar nuestro corazón anestesiado y fragmentado con la práctica amorosa de la oración; pues es en el silencio de la oración donde aprendemos a escuchar la discreta voz del Señor que nos invita a amar y servir. Es en el tiempo de la oración donde aprendemos a ajustar nuestros tiempos presurosos a los pacientes tiempos de Dios. Es en la sencillez de la oración donde aprendemos a contemplar con asombro las cosas más cotidianas de nuestra vida humana. Es en el ejercicio constante de la oración donde aprendemos a “tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama”.
Teresa, enséñanos ser “amigos fuertes de Dios”. Queremos, como tú, ser jóvenes con una “determinada determinación” de no para hasta llegar. Hasta poder cantar con la suavidad de una voz enamorada que “ya mi Amado es para mí y yo soy para mí amado”.