Querido Melchor:
Te podría resumir cómo he sido este año y si me he portado bien, pero la situación no me ha dado mucho margen para hacer trastadas. Este año los meses han salido escopetados y han pasado por delante de mis narices sin mucho que contar pero con bastante que recordar, porque el aburrimiento se entretiene gracias a las historias pasadas. Esa curiosa y común manera de matar el tiempo reviviendo lo que ya no existe. Así que, gracias a haber ejercitado la memoria, hace unos días me vino a la cabeza aquella Navidad que me puse pedigüeña. ¿Os acordáis? Cogí el catálogo de juguetes, me senté en el suelo y empecé a rodear con un rotulador Carioca un poco desmelenado todos los regalos que os iba a pedir. Porque siempre habéis sido tres y yo una pero muy buena, muy buena, muy buena. No sé los que quería, tal vez un número desmedido de presentes, pero todos muy bien seleccionados con el criterio tan arrollador que me caracterizaba con ocho años. El problema es que yo, para saber si algo lo quiero, me imagino que lo tengo ya. Y si me imagino feliz y preciosa con las sombras de ojos con purpurina del set de maquillaje de Barbie, cómo no os lo voy a pedir. Todo iba bien hasta que llegó mi padre de trabajar y que qué era eso y que me quedaba sin poder pediros nada. Me quedaba totalmente a vuestro arbitrio. Dijo mi padre, literalmente, que iban a ser Sus Majestades las que eligieran lo que yo no sabía elegir.
Fue un drama, un drama de los gordos. Me quedaba sin Baby Born, sin mochila, sin tacones de princesa, sin mi felicidad añorada. Finalmente me trajisteis un pijama y un juego del ahorcado. Y era un pijama muy suave, muy calentito y el juego del ahorcado se convirtió en mi juego favorito.
Imagino que ese año quisisteis educar ante la carta blanca que parece que tenemos todos los que somos muy buenos, muy buenos, muy buenos, muy niños. Cuando me trajisteis esos regalos, no os voy a engañar, casi dejo de creer en vosotros. Luego me di cuenta de que no me compensaba, la verdad. Además, curiosamente, son los únicos regalos que no se me han olvidado después de 22 años. Y tal vez sea una manera de entender que las cosas vienen como tienen que venir, a veces, y no son las que esperábamos o anhelábamos. Ni siquiera, en un primer momento, tienen por qué gustarnos. Pero aprendemos siempre a adaptarnos, a tolerarlo, a acariciarlo y que pase a formar parte de nuestra vida con cariño.
Así que, este año, os pido un pijama y el juego del ahorcado. Para recordarme de alguna manera que lo que venga puede que no sea lo que yo quiero en ese momento, pero seguramente sea lo mejor para que todo siga funcionando bien, como hasta ahora.
Un beso muy fuerte, Mel. Saludos a Gas y a Bal.