Queridos Reyes Magos: Una vez más, me siento frente al papel en blanco para uno de los ejercicios que más me gustan y más me cuestan cada año: hacer balance, pensar bien lo que quiero pediros y valorar si lo merezco.

La parte del balance es relativamente sencilla: no ha sido un año fácil, pero tampoco el más difícil. Pese a todas las complicaciones, tengo bastantes checks en la lista de «deberes»: he hecho voluntariado, he llamado a las abuelas, me he mordido la lengua… Ya sabemos que, desde aquella vez que juro que vi un paje espiándome en casa, intento portarme bien. Quizás al principio fue más por si alguien estuviera siempre mirando. Pero a día de hoy, trato de cuidar mis actos por empatía, por lógica, por principios y por la enorme suerte de estar rodeada de gente que son ejemplo de comportamiento, valores, miradas al mundo y presencia de Dios. O sea que, en general y aunque sea por imitación, podemos decir que he sido buena.

La parte de pedir se me hace ya un poco más compleja. Primero, porque el instinto curioso y la personalidad apasionada que tengo (aunque algunos lo llamen inconformismo y ansia), me llevan a querer más de lo que puedo manejar, en casi todos los aspectos. Y segundo, porque el proponerme vivir desde una lógica de cuidado de la casa común y del otro, supone reducir el consumo y revisar prioridades, entre otras cosas.

Y en esta revisión, al recorrer todo lo que ha pasado desde la última mañana de Reyes, me doy cuenta de que, en estos meses, he ganado mucho más de lo que he perdido. Y no hablo solo de los kilos durante el confinamiento… Según escribo, me hago consciente de que, pese a no haber casi usado la maleta que me regalasteis en enero, ha sido un año lleno de aprendizajes, de sentimientos inesperados, de experiencias nuevas, de anécdotas, de encuentros, reencuentros… Y, sobre todo, de que la lista de personas para las que siempre os pido un extra –esa gente de la que os hablaba unas líneas más arriba–, es este año más grande aunque, sin duda, más filtrada y más honesta que la del año pasado.

Aun así, nos conocemos y, como decía, cuando me pongo a pedir, se me va de las manos. Pero aquí entra la parte de valoración de lo que merezco, que es la peliaguda por ese bloqueo que tengo para estar plenamente segura o satisfecha de cualquier cosa que haga. Y, muchas veces, por ende, de lo que consigo.

Mezclando lo vivido en estos últimos meses con lo que realmente necesito y con lo que valoro de verdad, me estoy preguntando genuinamente qué más quiero. Así que acabo de decidir que lo que os voy a pedir este año es, precisamente, la capacidad de no pedir más. No desde una visión conformista, ni mucho menos. Sino desde un enfoque consciente y agradecido.

No es un regalo ligero. Vais a tener que venir cargaditos de paciencia, confianza, coraje, perspectiva… Y puede que me convenga hasta algo de madurez. Así que prometo dejar bien de agua y pasto para los camellos. Y unas copitas de cava, para que brindemos por todo lo que tenemos y todo lo que está por llegar, una vez más, regalado sin pedirlo.

Gracias, majestades.

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