Semana a semana en los lugares donde realizo apostolado, me veo interpelado por curiosas voces, que con sorpresa me preguntan: «y a ti, ¿qué se te pasó por la cabeza al ser jesuita?»
Crean que no es una respuesta fácil… Se mezclan historias, sentimientos y emociones. Y, sin querer, ese típico vacío en el estómago, que se forma cuando algo importante se hace presente. ¡Y es que pasan tantas cosas!
Dios se ha ido encargando de hacerme sentir su amor, de formas tan únicas, y tan bellas, por medio de tantas gentes; que de pronto llega el momento de abrazar con la VIDA, a quien desde siempre me ha abrazado. Este abrazo tan profundo, es sin embargo expresado en lo sencillo; y toma cuerpo –en un cuerpo– humano, alegre, con miedos, pero sobre todo esperanzas… Ese cuerpo es la Compañía de Jesús.
Esta expresión es la que me apasiona compartir; es la respuesta a la pregunta inicial… ¿Qué se me pasa por la cabeza? Jesús. Y un estilo de vida, que nos hace vivir en plenitud- junto a otros(as)- que quieren vivir la alegría de seguirlo, tal cual uno es.
El noviciado se transforma pues, en el espacio-tiempo, dónde uno se calibra y hace uno, con ese amor que ha descubierto en el camino emprendido. Creo sinceramente, que todos(as) tenemos algún espacio donde ser ‘novicios(as)’; un espacio para configurarse con aquello a lo cual nos sentimos plenamente llamados(as). A mis veinte años, poco a poco voy descubriendo ese gozo que significa “amar a cuerpo entero”; esos pasos de madurez afectiva y espiritual que me encaminan a un amor adulto; esa gracia que permite descubrir, la esperanza a la que he sido llamado a testimoniar (cfr. Ef 1, 18).
Al final, como me dijo una vez un jesuita amigo, «esta vida VALE LA PENA vivirla»… Y es que, tras la pena que a veces implica, es siempre mayor el gozo y paz, que nos regala Dios al ponernos a su servicio, en la construcción de su Reino de amor, paz y justicia.