«Dad palabras al dolor. La desgracia que no habla, murmura en el fondo del corazón, que no puede más, hasta que lo quiebra» (Macbeth, W. Shakespeare)
Hay palabras que nos dan miedo. Las dejamos sin expresar o, todo lo más, las susurramos o las disfrazamos. Las hemos hecho ‘malditas’, obscenas. Una de ellas es muerte. Y es que ahora las personas no se mueren, se van. Otra es sacrificio. Que es algo que «no se lleva», que es de raros, de ‘carcas’… Otra es sufrimiento. Queremos vivir de espaldas a la realidad de esa palabra. No se trata ya de evitar el sufrimiento, es que, en muchos casos, ni siquiera estamos dispuestos a aceptar «simples inconvenientes». Y otra palabra es dolor.
No es malo evitar el dolor porque el dolor no es bueno y no es sano desearlo. El masoquismo no es una virtud, es una disfunción sexual… Lo que no es bueno es intentar evitarlo a cualquier precio… Hay tantas experiencias profundamente humanas y humanizantes que nos ‘perderíamos’ si no estuviéramos dispuestos a padecer dolor. Amar a otra persona. Ser padres. Mirar a nuestra auténtica realidad. Sumergirnos en los problemas reales del ser humano. Mirar a los ojos de la gente que sufre… Bien sabía Dante que «quien sabe del dolor, todo lo sabe».
Otra cosa es qué hacemos con el dolor. Podemos vivirlo narcisísticamente, encerrándonos en nuestro propio dolor. Podemos, incluso, creernos los campeones del sufrimiento. Podemos hacer que todo el mundo se entere de cuánto sufrimos, de cuánto nos duele… Pero podemos vivir nuestro dolor descentradamente, como lo hizo Jesús. El dolor no redime, no libera. Lo que redime, lo que libera es cómo vivimos el dolor… Decía uno de mis profesores que «más importante que lo que nos pasa es qué hacemos con lo que nos pasa».
Y es que el dolor puede ser aceptado, asumido, encarado, ‘pronunciado’, incluso puede ser abrazado y llamado ‘hermano dolor’. Pero eso solo es posible a base de grandes dosis de amor. Es el corazón el que debe lidiar con el dolor, porque ninguna racionalización nos puede llevar a aceptarlo. Solo el amor puede hacer que el dolor nos haga mejores. Solo el amor puede hacer que el dolor que sentimos nos haga comprometernos para luchar por «unos cielos nuevos y una tierra nueva».