A raíz de un tema médico que sufrió mi mujer hace unos meses, hemos descubierto todo un mundo nuevo relacionado con la sanidad, con aspectos que en su mayoría nos eran desconocidos. Entre todas estas cosas, quizás la más impactante es la cantidad de equipos médicos y sanitarios que están revolucionando la medicina de una manera increíble.
En medio de ese bucear, descubrimos la historia de un cirujano gallego —tenía que decirlo— llamado Diego González Rivas. Se trata de una de esas vidas que inspiran.
Hace unos días nos trajeron un libro sobre su historia, que se titula Curando el mundo, con una pinta fabulosa.
Esta mañana, al pasar por la habitación y ver el título del libro, algo pasó en mi interior, y esas palabras me han ido resonando a lo largo de los días.
Quizás este título, Curando el mundo, pueda ser un buen propósito para este momento: descubrir que en nuestras tareas, actividades y planes estamos llamados a tratar tantas “enfermedades” que tiene este mundo herido de egoísmo, indiferencia, soledad, queja, crispación, injusticia, etc., y ofrecerles un “tratamiento de choque” basado en el Evangelio y en ese Jesús que pasó por el mundo “curando” a través del amor.
Los tratamientos basados en el principio activo del Evangelio pueden ser muchos: cuidar nuestras palabras, ser detallistas, abrir los ojos para descubrir en qué podemos ayudar, hacer voluntariado, colaborar en alguna actividad de la Iglesia, vivir agradecidos, visitar a un enfermo, buscar el bien común por encima de los intereses personales, llamar a alguien que viva solo…
El diagnóstico de las enfermedades del mundo está claro, y también lo está el principio activo del medicamento que necesita. La duración y las dosis del tratamiento dependen de cada uno.
¡Adelante!



