Que vivimos en un tiempo de frenetismos (auto)impuestos es un lugar común del que creemos no poder escapar. Me pregunto si realmente queremos. Maldecimos, siempre y sospechosamente a punto de descarrilar, el yugo de la velocidad. A la vez, sin pararnos a pensar, disfrutamos las ventajas que la tecnología nos brinda para no perder ni un segundo de nuestro preciado y escaso tiempo en cuestiones consideradas secundarias. Vivimos un ‘pasapalabra’ en el que lo crucial es acumular segundos para hacer frente a las verdaderas pruebas que, cual rosco final, nos tiene preparadas la vida.

Sin embargo, sabes que esto no es así. No acumulamos segundos para las cuestiones que de verdad importan, sino experiencias efímeras que se esfuman a igual velocidad que hacemos scroll en la pantalla del móvil. Sin caer en la tentación de juzgar la bondad o la maldad de este modo de vivir –en algunos casos parece no haber alternativa–, creo que debemos valorarlo por sus consecuencias. Una de ellas es que nos hace incapaces para realidades esenciales de la vida cristiana que necesitan tiempo, a veces mucho tiempo. Una de esas realidades, a modo de ejemplo, es el perdón.

Nadie perdona por (auto)decreto. Para perdonar es necesario, en primer lugar, escucharse uno mismo. Necesitamos saber qué se nos mueve por dentro, qué discursos elaboro en mi interior. Clarificar sentimientos, emociones, razones. Revisitar los acontecimientos que provocaron la ruptura y la herida que necesitan ser sanadas. El perdón no es solo un don, es también una tarea en la que hay que ponerse, tan pronto como se pueda, manos a la obra. La construcción de la paz comienza cuando aún se oyen los impactos de los misiles y los llantos de las víctimas.  Solo así podremos, llegado el momento, escuchar de labios del otro y a veces de manera implícita, la petición de ser perdonado. Otras facetas de la vida cristiana que necesitan tiempo, mucho tiempo, son: la catequesis, la oración, construir comunidad, descubrir la vocación, sensibilizarte a la injusticia… 

Con esto del tiempo vivimos una paradoja. Queremos lo que solo se consigue con tiempos largos. A la vez nos negamos a invertir el tiempo para conseguirlo. Solidez e inmediatez, por más malabarismos que hagamos, se excluyen. Hablamos de la meta sin querer asumir los riesgos, y también las alegrías, parciales del camino. No obstante, por joven que seas, estoy seguro de que ya has intuido alguna vez que a veces, para llegar más lejos, solo tienes que parar.

Este torpe balbuceo lo explica mucho mejor el papa Francisco en Evangelii Gaudium: el tiempo es superior al espacio [EG 222-225].

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