– «Padre, ¿cómo tiene tiempo para orar ante tanto ajetreo?
– «Es cuestión de prioridades.»

Siempre me ha llamado la atención esta respuesta del Padre Arrupe. Durante algunos años incluso la intenté hacer mía, sin darme cuenta de que lejos estaba yo de acercarme a su modo. Y en estos días ha vuelto a mí.

A cuántos de nosotros nos está pasando que no terminamos de poder hacer todo aquello que queríamos. Hemos eliminado de la ecuación el tiempo de transporte, las esperas en comercios, reuniones innecesarias… y aun así tenemos la agenda repleta. Aun así seguimos sin hacer la receta sana, seguimos sin ver el documental pendiente, seguimos empleando frases como «a ver sin nos vemos» ahora sustituida por «a ver si nos videollamamos»… y sí, seguimos sin rezar.

A lo mejor hemos aumentado las peticiones de boca pequeña ya que esta realidad nos asusta, y ya se sabe que cuando tenemos miedo recurrimos incluso a Dios. Pero no hemos terminado de sacar ese tiempo de calidad, de estar, de ponernos delante del Señor tal cual somos, sin esperar nada a cambio, sin grandes aspavientos ni multitudes. Solos tú y Él.

Y, si nos damos cuenta, la culpa no se la podemos echar a nuestra vida ajetreada, aunque estos días no paren de salir propuestas de conciertos, directos, visitas virtuales a museos, libros gratis… que llenan nuestro tiempo libre. La responsabilidad, que no la culpa, de a qué dedicamos nuestro tiempo, la tenemos cada uno de nosotros. En cada mini elección a lo largo del día, en cada rato que decidimos priorizar otra actividad.

Y al final, si conseguimos parar, sopesar, ordenar y priorizar nos encontraremos delante de Aquel que no abandona, el que escucha cuando gritamos, el que sostiene cuando caemos, el que sonríe en la Cruz… Y si al final priorizamos eso determinará cómo vivamos este tiempo.

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