En los últimos días estamos siendo testigos del tormentoso juicio entre el actor Johnny Depp y su exmujer, la actriz Amber Heard. Se han televisado todos los abusos y humillaciones que se han hecho el uno al otro, así como la toxicidad y agresividad de su relación. Lejos quedan ya esas imágenes de ambos en las alfombras rojas, posando como una pareja de guapos y famosos, enamorados hasta el tuétano. Aquel amor de portada se ha transformado en un deseo de destruir y humillar a quien culpas de tu infelicidad.
Quiero dejar claro que estoy a favor de que, si en una relación se cometen una serie de abusos contrarios a la dignidad de la persona, esos abusos deben ser denunciados y juzgados ante un juez. Pero sí me pregunto cómo una pareja que se ha amado puede llegar a un punto como ese. Y la única respuesta que me sale es que, quizás, nunca hubo amor verdadero. Porque, como dice san Pablo, «el amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo soporta, todo lo espera». ¿O no?
Bien es cierto que no creo que amar signifique ser el mártir en la pareja. No se trata de dejarse humillar, ni de callar y soportar que tu pareja pisotee tu valía. No creo que sea eso a lo que se refería san Pablo. Es más, estoy segura de que, en muchas circunstancias, esas palabras se han malinterpretado, justificando con ellas el que se anime a la parte de la pareja que sufre a «aguantar».
Lo que sí creo es que el amor de verdad es capaz de permanecer fiel cuando lo que era rosa ahora es negro. Cuando uno quiere con el corazón, no se desentiende del que está pasando por un mal bache. Y no es fácil mantenerse ahí. Acechan momentos de querer salir corriendo. Piensas que mereces ser feliz, que mereces una vida mejor, que no quieres seguir en una continua incertidumbre sobre si la cosa mejorará o no. Qué lejos nos parecen entonces las palabras del sacerdote en la boda: «en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza…». Piensas que, o el cura no tenía ni idea de lo que decía, o quien no tenía ni idea de lo que asumía eras tú mismo.
Pero es en esa dureza donde se forja el amor. Ahí es donde se hace uno cargo del voto prometido. Llega la hora de mantenerse firme cuando el viento arrecia, de permanecer cuando todo lo bello y lucido que tiene el amor parece haberse marchado sin decir si va a volver. Es el momento de la comprensión; de la paciencia; de la sinceridad; del perdón; del diálogo, mucho diálogo. Es el tiempo de ponerse a prueba y poner a prueba esa unión. Puede que finalmente la solución sea la ruptura. Pero no se puede llegar a ella si antes no se ha hecho un recorrido de conocimiento y acompañamiento, de mirar cara a cara juntos a los malos momentos, y de mirarse cara a cara durante estos.
Esto que escribo es la reflexión que hago sobre cómo actuar en esas circunstancias tan límites donde el amor y el odio parecen acariciarse. ¡Qué sabré yo! Tampoco sé si a esto es a lo que se refería san Pablo con sus palabras acerca del amor. Que me disculpe si no he sabido entenderle. Lo que sí sé es que cuando el amor es amor del bueno, como él mismo dice en su carta a los Corintios, «no pasará jamás».