Cada vez estamos más interrelacionados, de eso no cabe duda. Las redes nos lo recuerdan cada vez que nos asomamos a ellas. Viajes por turismo o trabajo, mudanzas a otro rincón del planeta. ¡Puedes escribirte con gente que está a miles de kilómetros!
Pero la globalidad no acaba en la posibilidad (aparentemente ilimitada) de contacto… Las decisiones políticas, las opciones económicas, también se entienden como un todo, lo de allí afecta aquí y al revés.
Pero más aún, también nuestras acciones pequeñitas, nuestro consumo doméstico influye a escala global… Me resulta vertiginoso pensar que lo que elija comprar, cómo deseche los residuos pueda afectar al planeta entero, que el mundo se duela por mi irresponsabilidad.
¡Y aún más! Esto del cambio climático, tan real, que ya estamos viendo e incluso padeciendo con inundaciones, sequías… determina que aún más nos hagamos conscientes, que me haga consciente de que mi estilo de vida ataca a los más vulnerables y, si mi humanidad no mira más allá, me revierte cual bumerán en mi lugar de confort.
Sin embargo que llueva o no, que los peces tengan plásticos que luego nos comemos, o que miles de vidas se lancen a un futuro incierto ante un presente devastador no me afecta… Ayer nos exponían en un curso, que esto del cambio climático también influye en la distribución de enfermedades que antes estaban relegadas justo a esas zonas olvidadas…
Ya hay casos de dengue autóctonos, ¡y eso que parecía de zonas muy lejanas! Claro está que los medios que tenemos, tanto sanitarios como de infraestructuras, nos ayudan a llevar ventaja pero… ¿podremos con lo ‘de siempre’ y nuevas ‘catástrofes’?
Me río de muros que intentan frenar… ¿Qué amenaza? Creo que hay que levantar un poco más la mirada y caer en que estamos más interconectados de lo que las redes nos dicen, que esto en lo que vivimos es uno, es limitado, y es de todos, y que somos hermanos que CON-VIVEN en una casa común.