La deportividad como camino de encuentro con Dios, como dinámica de trabajo y compromiso con un equipo, como la humildad que nace del agradecimiento y la honestidad, como lo mejor de uno mismo que emerge desde el esfuerzo y la sana autoexigencia, como el vivir alegre sabiendo celebrar los éxitos y los fracasos de la vida, como el profetismo de un mundo mejor… Todo esto hace parte de la dimensión utópica que se esconde dentro del deporte. Utopía que aparece como horizonte lejano, pero también como fuerza que atrae a todo el que quiere vivir con deportividad. Se convierte así en empuje a darlo todo y a luchar por aquello en que se cree.
Quizás para muchos todo esto no son más que palabras bonitas y una utopía irrealizable, pero el deporte también enseña a cómo enfrentarse a la vida para hacerla más encarnada y real. Y es que todo sueño o vocación tiene algo de incierto y de difícil, exigiendo apuesta y compromiso. Y aquí es donde diverge nuestra existencia, pudiendo ser vivida a tope o a medias, pudiendo ponerse toda la carne en el asador o guardándose cartas en la manga. Sea en los estudios, en la familia, en las celebraciones, en las amistades… en todo se puede vivir a tope o reservándose. Vivir con deportividad significa vivir a tope para sacar lo mejor de uno mismo, es vivir intentando darlo todo siempre, y consciente de que vivir a medias es un modo de no vivir. Porque sólo así se puede soñar y aspirar a mucho, sólo así es posible apostar por algo sin tenerlo todo seguro, arrojándose a por aquello que se ama, a por esa utopía de un mundo mejor con la certidumbre de que no es una locura, porque uno nunca se equivoca cuando va hacia aquello que merece ser amado.
Terminamos nuestra reflexión en torno a este sueño y vocación a la que todos estamos llamados, con palabras del papa Francisco en las que nos exhorta a vivir con deportividad: «Y precisamente porque sois deportistas, os invito no sólo a jugar, como ya lo hacéis, sino también a algo más: a poneros en juego tanto en la vida como en el deporte. Poneros en juego en busca del bien, en la Iglesia y en la sociedad, sin miedo, con valentía y entusiasmo. Poneros en juego con los demás y con Dios; no contentarse con un ‘empate’ mediocre, dar lo mejor de sí mismos, gastando la vida por lo que de verdad vale y dura para siempre».
(Discurso a los miembros de las asociaciones deportivas con motivo del 70.º aniversario del Centro Sportivo Italiano, 7 de junio de 2014)