El Papa Francisco denuncia frecuentemente la «cultura de usar y tirar», indicando la dificultad actual de cualquier compromiso duradero. Frente a ella, el deporte nos enseña que vale la pena comprometerse con desafíos a largo plazo, dado que la verdadera felicidad y lo que da sentido auténtico a la vida es elegir las causas por las que pelear, los objetivos por los que trabajar, los sueños que perseguir, el horizonte hacia el que caminar… en definitiva: los proyectos en los que se fundamenta la vida.
«Nadie puede estar al servicio de dos señores, pues odiará a uno y amará al otro o apreciará a uno y despreciará al otro» (Mt 6, 24). Es que en la vida no se puede querer todo sino que toca elegir. Y tratar de vivir con deportividad aspirando a dicha felicidad implica, como toda vocación, abrir algunas puertas cerrando otras. Supone elegir de qué equipo se quiere hacer parte, y dicha elección exige un compromiso serio con ella misma. Ahí es donde el deporte se puede convertir en escuela porque enseña, en primer lugar, a elegir entre fines y objetivos a los que se aspira, aceptando que es necesario optar para no correr el riesgo de acabar sin tener nada auténtico. Y, en segundo lugar, enseña a luchar por aquello que se escogió orientando el tiempo y las preocupaciones para avanzar hacia ello.
Vivir un compromiso –en el deporte o en la vida– también implica aceptar dos realidades complementarias: la rutina y la perseverancia. La rutina del deporte supone entrenar y repetir una y otra vez gestos, jugadas y competiciones, para ir mejorando física y técnicamente. Aceptar la rutina de la vida pide aprender a valorar lo cotidiano frente a la novedad urgente o el estar a la última. Porque la felicidad goza con lo nuevo pero sabe acoger y aceptar lo que la vida tiene de anodino y repetitivo.
Y la perseverancia porque se hace imprescindible para sobrellevar los malos momentos como son las lesiones o épocas de malos resultados. Perseverar es no escuchar esa voz que nos susurra que no tiene sentido ni merece la pena seguir apostando por aquello que se eligió, es la voz que nos pide desistir y arrojar la toalla prometiéndonos una paz ficticia. Vivir con deportividad es aprender a perseguir las metas escogidas en el día a día, sin huir de las incertidumbres y desafíos que se presentan. Sin duda, la vida se parece más a una maratón que a una carrera de velocidad, pues toca pasar por muchas etapas y algunas muy difíciles de superar.