El mundo de la literatura anda todavía revuelto por el descubrimiento de la verdadera identidad de Carmen Mola, última ‘ganadora’ del Premio Planeta. Para la mayoría de la gente es una anécdota bastante simpática, no obstante para algunas personas que valoran la realidad en función de su ideología no es que les haya sentado especialmente bien, con reacciones tan variopintas como inquietantes.

Sin embargo, que sean tres hombres debería ser algo simplemente anecdótico, aunque sí dice mucho de la sociedad en la que vivimos. Por de pronto, revela que hay en juego muchas expectativas creadas y que para muchas personas no pesa tanto el autor, como la suma de todo, incluido el nombre y por supuesto el género. En segundo lugar, que en determinados aspectos de la sociedad –no en todos– hay más igualdad de la que muchos nos hacen creer y que el talento y la posibilidad de éxito puede ser accesible para todo el mundo, lo cual habla bastante bien del jurado de turno.

Los autores no han querido dar importancia a que sea un nombre de mujer, y han insistido con toda la razón en que lo importante es la obra y no el nombre del autor. Igual suena muy pesimista, pero a mí tanto seudónimo me recuerda a aquellas épocas oscuras de la Historia –en algunos sitios todavía es un cruel presente– en las que antes de leer la obra se examinaba minuciosamente al autor, y que al mismo tiempo que se ocultaba el nombre se mostraba indirectamente las miserias de una sociedad en que la resultaba caro decir la verdad. Ojalá no lleguemos a esto, pero lo que sí es cierto es que para demasiadas personas lo único que importa es el nombre –para bien o para mal– y nunca la calidad.

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