Hace unos días circulaba en internet el vídeo de una joven que se ha hecho famosa en un acto de exaltación del fascismo, en el que echaba la culpa de los males actuales a los judíos. Hace también varios días también detenían a un rapero que se ha hecho conocido a nivel mundial por las salvajadas que ha dicho antes que por la calidad de sus canciones. Dos ejemplos que no son representativos de la sociedad y que, sin embargo, han logrado alterar la parrilla informativa y han entrado en el Congreso de los Diputados como si fuera el mayor de nuestros problemas.

Por mucho que quieran desviar el debate, no es solo una cuestión de libertad de expresión o de enaltecimiento de la violencia, porque hay leyes y hechos que hablan por sí solos y lo contrario es dejarse llevar por la maldita ideología. Y quizás lo más problemático no sean ni el uno ni la otra, pues descerebrados sueltos los hay en todos los lugares. El problema es que hay una masa de borregos dispuestos a seguirles cueste lo que cueste y caiga quien caiga. Sin embargo, lo más triste no es eso, sino que el borreguismo es pastoreado por tuiteros con cargo político que sacan tajada de la polémica como un ladrón en día de mercado, y cada día se acuestan tranquilamente con la vida resuelta mientras disfrutan de cómo otros se sacan los ojos por una causa que no merece la pena.

Ahora que algunos hablan de judíos, y de fascistas y antifasciastas, a mí me viene a la cabeza una frase que aparecía al final de la exposición de Auschwitz y que tanto conmovió: «la violencia empieza con las palabras». Y así, poco a poco, seguimos acercando la cerilla al bidón de gasolina, hasta que explote y nos preguntemos sorprendidos ¿cómo hemos llegado hasta aquí?

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