El Rubius se muda a Andorra, quizás echa de menos a sus amigos youtubers y probablemente echa de más al fisco en España. Un ejemplo más de que es más fácil que algunas élites se relacionen entre ellas cruzando fronteras a que creen lazos con el resto de la sociedad. Ahora que se opina tanto sobre qué es un exiliado, esta huida nos abre a otro tipo de fenómeno aún más triste que solo conocíamos por algún deportista suelto: la de los jóvenes triunfadores que, ávidos de construir su futuro y su identidad, ahora también eligen a qué sociedad quieren pertenecer, o mejor dicho, a quién quieren destinar sus impuestos. Y cuanto menos, mejor.
A priori cada uno es libre de elegir dónde quiere vivir, también de recordar que lo puede hacer gracias a un pasaporte de un estado del que se aprovecha pero con el que no quiere contribuir. O dicho de otra forma, la mayoría de la población del mundo no puede elegir dónde vivir sencillamente por motivos legales, y mucho menos económicos. Quizás lo más triste es su poca percepción del bien común. Ellos creen que lo que han ganado es gracias a su talento. Y en parte sí y en parte no. Puede que sean buenos y tengan millones de seguidores y por tanto de euros en el banco, sin embargo probablemente sus vídeos no los vería nadie si nuestra educación no hubiese formado ingenieros suficientes para que funcione bien la tecnología, tampoco se podrían ir por carretera o avión si todos nuestros abuelos se hubiesen largado para no pagar los impuestos que luego se gastan en infraestructuras, o qué decir del sistema sanitario público que nos permita un modo de vida que hace que gastemos el tiempo en vídeos intrascendentes… La lista puede ser gigante, por mucho que el individualismo radical diga lo contrario, estamos sí o sí ligados al conjunto de una comunidad, con todo lo que esto implica.
Pertenecer a un país no es solo ganar derechos o pagar impuestos, aunque sea un requisito fundamental. Formar parte de una sociedad conlleva asumir las responsabilidades y compartir espacios, proyectos e historias. Pero sobre todo aceptar que lo bueno y lo malo que nos pasa está relacionado, y que en función de cómo le vaya al prójimo, a ti también te influye, para bien o para mal.