El celo pastoral es una cosa buena y santa. Es el deseo de evangelizar, de llevar a Cristo allí donde no se le conoce, o se le conoce mal, de arriesgar la vida, la opinión que los demás tengan de uno, por el Evangelio. Es la sana creatividad, la fidelidad creativa y, tantas y tantas cosas que ayudan a la propagación de la fe y a la nueva evangelización.

Sin embargo, a veces nos encontramos con su contrario: los celos pastorales. Éstos se manifiestan de muchas maneras, se contagian con facilidad y dan lugar a actitudes poco cristianas. Es la mirada sospechosa ante cualquier iniciativa o modo de vivir la fe que no coincide con la mía. El desprecio de aquellas actividades que triunfan, pero que no han surgido de nuestra creatividad, o de aquellas que no hemos realizado porque implicaban demasiado trabajo y nos sacaban de nuestra comunidad. Es la incapacidad de sumar y trabajar con otros, porque eso hace que perdamos nuestro propio brillo. La sospecha de quien piensa distinto, o peor aún, la condena de todo aquello que provenga de personas o instituciones que no me gustan o con las que no me llevo bien. Es hablar mal (o ambiguamente) de aquellos que trabajan o arriesgan más que nosotros.

En definitiva, los celos pastorales se manifiestan de muchas maneras diversas. Seguro que cada uno de nosotros podría verlos perfectamente en las actitudes de los demás. Pero, el reto está en saber identificarlos dentro de uno mismo, para lanzarlos bien lejos. Y si todo esto lo hacemos riéndonos de estos celos (y de nosotros mismos) ¡todavía mejor!

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