No tengo nostalgia del pasado, de relevancia y grandes números. No la tengo porque nunca lo he vivido. Llegué ya en un tiempo en que esta opción era poco comprensible, y desde luego, en mi entorno, no daba prestigio. Fue por enamoramiento de una Persona, por querer vivir de un modo, –quizás idealizado–, tremendamente libre y para los demás.
Porque he «consagrado» mi vida, quiero intentar vivir –sabiendo de mis incoherencias–, al modo de Jesús al máximo posible. Con sentido. Como se me regala vivirlo hoy en Jean Rabel (Haití).
No necesito elementos extraños para levantarme con ilusión cada mañana, vivir el día amando lo que hago, y acostarme dando gracias. Supongo que pasa cuando se alinea en el tiempo y el espacio, aquello a lo que crees que Dios te invita, lo que te apasiona, con quienes compartirlo, y un lugar en el que tiene cabida, en uno de los múltiples márgenes de nuestra tierra.
Me ayuda vivir más expuesta, con menos seguridades, haciendo fiesta con lo sencillo. Experimentando el frío y el calor, mirando al cielo por si por fin vendrá la lluvia, vulnerable. Tener el corazón abierto a las historias que palpo cada día, a cada rato magullado, amar sin aprisionar, también de lejos, y dando cabida a gente tan distinta a mí. Dependiente de mediaciones, personas muy diversas, circunstancias de este mundo injusto.
No me cuestiono sobre cómo vivir mis votos de pobreza, castidad y obediencia. Simplemente vivo, y encuentro sentido. Y ojalá el Señor me remueva cuando busque mi bienestar, un amor limitado, seguridad.
No celebro hoy la Vida Consagrada. Sino que celebro que se nos regala una vida con-lo-sagrado. Y desde ahí, seguir creciendo en radicalidad en el seguimiento de Jesús. No es fácil, pero es apasionante, y a mí me merece la vida.