Querido Dios:

Otro año que empieza de nuevo, cómo pasa la vida de rápido… La verdad es que, siéndote honesto, últimamente no puedo dormir tranquilo, en mi cabeza siempre resuenan continuamente las mismas preguntas, ¿qué es lo que tengo que hacer con mi vida?, ¿hacia donde debo orientarla?, ¿cuál es el rumbo que quiero que tome? Padre, no son las preguntas en sí lo que me inquieta, sino la idea de que quien tiene la respuesta eres Tú… tengo la sensación de que tienes un plan ‘especial’ para mí, pero me da miedo descubrirlo, me da miedo preguntarte por él…

Quiero que me des las fuerzas necesarias para que en este nuevo año que empezamos me atreva a preguntarte qué es lo que quieres de mí, cuál es ese plan que tienes preparado… pero necesito ayuda, necesito que me ilumines… yo solo no me veo capaz… necesito que me eches una mano. Tengo muchas dudas, cómo puedes tener algo especial preparado para mí, si yo lo tengo todo planeado, lo tengo todo claro en mi vida… Pero me dicen que si me dejo ‘transformar’ irrumpes en la vida de una forma que nada ni nadie lo hará nunca… Padre, me haces sentirme tan especial… conforme más te busco aparecen nuevas preguntas y retos en mi horizonte de vida. Invitaciones vitales que jamás pensé que podrían ser para mí. Me invitas a vivir sencillamente tu evangelio.

No sé si llamas de manera muy estruendosa, o si me invitas a ir descubriendo qué quieres de mí poco a poco… ahora mismo lo único que me sale es pedirte que me des fuerzas para querer apostar por ti, para comprometerme de verdad con tu estilo de vida, para comprometerme contigo. Para no acallar esos deseos profundos que vas introduciendo en mi vida, esas llamadas a poder ir aterrizando el evangelio en mi día a día. En este mar de dudas, si algo tengo claro es que quiero que me enseñes cual es el camino que quieres que tome, que me muestres de qué forma quieres que viva… ayúdame a apostar por lo que tú quieres para mí.

Poco a poco, voy viendo a qué me llamas en la vida, en realidad es una llamada general a todas las personas, a vivir radicalmente el evangelio desde la propia vocación de cada uno… siento que me invitas a que aprenda a vivir desde otro lugar… a que aprenda a mirar al mundo desde tu perspectiva… No me llamas a grandes cosas, no me invitas a buscarte en lo extraordinario y excepcional de la vida, sino que me invitas a buscarte en lo cotidiano… me propones que me atreva a aceptar el reto de intentar vivir radicalmente el evangelio en mi día a día… porque al final la invitación más difícil que nos haces es vivir lo cotidiano desde las dinámicas del evangelio; conforme más te busco me enseñas que eres el Dios de lo normal, de lo cotidiano, y que es importante aprender a verte ahí… es ahí donde realmente te podemos encontrar… me has enseñado que lo cotidiano cuando está habitado por ti nos sorprende, dando un toque diferente a nuestra vida… Siento que durante toda mi vida me has enseñado que esa alegría de la fe que has infundido en mi corazón, esa alegría diferente que ha cambiado mi vida, no debo tomarla como un privilegio que he de disfrutar, sino como un amor que ha de impulsarme al compromiso.

Gracias por haber irrumpido en mi vida, por perturbar lo que existía, por remover muchas cosas que creía estables y por abrir en mi vida unos horizontes en los que nunca habría podido pensar… Gracias por tocar mi vida tan intensamente y por haberme permitido descubrir el mejor instrumento con el que uno puede afrontar el difícil reto de vivir, la fe en ti.

Gracias, Padre.

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