Querido Benedicto XVI:

Todo comienzo invita a la esperanza. Estas últimas semanas me he sentido así, ilusionado porque todo cambio es ocasión de moverse, y al moverse, sacudir inercias y emprender búsquedas. Porque por ahora un nuevo papado es como un papel en blanco en el que se pueden escribir páginas bellísimas, páginas de evangelio hoy…Y eso es lo que quiero seguir esperando ahora. Lleno de deseos, inquieto (siempre) por el futuro, te escribo desde «la tierra de nadie».

La tierra de nadie es ese espacio intermedio donde estamos tantos católicos, que no nos sentimos en paz con declaraciones dogmáticas tajantes para problemas culturales y sociales que requieren muchas consideraciones cotidianas; pero tampoco nos sentimos alineados con quienes meten en el mismo saco todas las reivindicaciones del mundo, ya se trate de familia, vida, investigación, como si todo valiese o como si todo fuese lo mismo…

La tierra de nadie es ese espacio en el que viven divorciados que, tras un fracaso que ha podido ser inevitable, se sienten en la encrucijada de rehacer su vida (y sentirse apartados de la Iglesia), o quedar presos de una situación muy dura. Es el espacio donde viven los hombres y mujeres que aman a otros hombres y mujeres, respectivamente, y aman al Dios de Jesús, pero sienten que se les dice que uno de los dos amores no cabe en su vida o en su Iglesia. Donde teólogos que buscan nuevas formas de anunciar el mismo evangelio tienen miedo de buscar, porque equivocarse se iguala a atacar… pero si no se buscan nuevos caminos, aunque no haya error, tampoco avanzará la búsqueda de una verdad más plena.

En la tierra de nadie están tantas mujeres que ven una cierta contradicción entre las afirmaciones que les dicen que pintan mucho en la Iglesia, y la masculinidad absoluta que hemos visto en la liturgia, voces y toma de decisiones de estos días pasados. Y muchos jóvenes que necesitan una palabra de moral que les hable de sus vidas, sus problemas y sus límites hoy (y no hace cincuenta años, cuando la sociedad era otra, la cultura era otra, las imágenes y prácticas otras, el mundo otro). En la tierra de nadie, sin dramatismos, estamos los que nos llevamos bofetadas de unos (que nos acusan de pertenecer a una Iglesia muy encastillada), y de otros (que dicen que nos dejamos llevar por el mundo).

En esta tierra de nadie a veces se anhela una palabra entrañable, una búsqueda pastoral conjunta, un espíritu integrador, una capacidad de oscilar entre la unidad y la pluralidad, entre la diversidad y la comunión, entre los múltiples carismas y el mismo cuerpo… Porque hay muchas cosas que no están claras, y precisamente por eso necesitamos darnos tiempo, escucharnos, buscar juntos, clarificar, con valentía. Y porque, unos y otros, no encontramos la forma de hacerlo.

Así que, querido Benedicto… acércate a esta tierra de nadie, que es tierra de Iglesia, de esta Iglesia tan rica en gentes, problemas y sueños. Y sé pastor de todos. Dicen que tienes una mente privilegiada, que eres un gran teólogo. Pues que el Espíritu de Dios te ilumine para abrir puertas y tender puentes; pues eso es ser pontífice, el que tiende puentes, entre Dios y los seres humanos, y entre unos y otros…; para conjugar la unidad con la escucha; la firmeza con la flexibilidad; la tradición con el cambio; y la existencia de límites con el diálogo. Y especialmente sé la voz de los miles de millones de personas que no tienen quien hable en su nombre, quien pida por ellos paz, pan y palabra.

Rezo por eso. Confío en ello. Espero. Y, si Dios quiere, intentaré colaborar en ello, hoy y siempre.

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