Tan propensos a tirar rápidamente lo que no ya no sirve, lo que estorba, lo descartable, lo desactualizado, convertimos en basura lo que no siempre lo es. La magnitud de los residuos humanos ha alcanzado dimensiones desorbitantes. Y así nos vamos acostumbrando a poblar el mundo de basureros, las calles de exclusiones, la mente de ‘bienes’ de consumo y el corazón de liviandad.

Algún día nos sorprenderemos basureando algo valioso no sólo del mundo, sino también de la propia interioridad. Desecharemos la piedra angular.

Quizá la basura pueda hablarnos de aquello que no se consume, ni desaparece, ni caduca tan precipitadamente y de la cual sobreviven muchos pobres dejados a la buena de Dios. La cuestión: aprender a discernir mejor qué desechar y qué conservar para que lo descartado sólo sea lo que no nos lleva a amar lo que Dios ama, y a descubrirlo convertido en el humus del que brotan las flores color justicia.

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