Muchas personas tenemos un cajón donde metemos cosas con las que no sabemos qué hacer y que nos da pereza abrir porque es puro desorden; o una habitación donde se acumulan trastos; o ese maletero con arena de playa, polvo y utensilios que no recordamos la última vez que usamos pero que allí siguen después de todo. También hay rasgos de nuestra personalidad que nos avergüenza que otras personas conozcan: el mal genio, los complejos que no conseguimos superar, la timidez que nos sube los colores, el temblor en la voz cuando exponemos en público. Cuando viene alguien a vernos cerramos las puertas y cajones que guardan aquello que no nos gusta; pero también nos hacen valorar de una manera nueva aquellas cosas valiosas que tenemos y no valoramos lo suficiente.

Hace unos días estuvo dos semanas por España Philip Alston, relator de Naciones Unidas sobre pobreza y derechos humanos. Y ha estado abriendo puertas y mirando cajones que no nos gusta reconocer que existen, o que incluso negamos. Ha estado en asentamientos de chabolas en los campos de fresa onubenses en peores condiciones que muchos campos de refugiados; ha visto la marginación y racismo secular que sufre el pueblo gitano; ha comprobado las condiciones de los niños y niñas extranjeras que llegan solas y cómo quedan desamparados al cumplir dieciocho años; ha oído a familias que tienen que elegir entre comer o poner la calefacción; le han contado las condiciones de trabajo humillantes y explotadoras de las trabajadoras domésticas, esas mujeres que cuidan a nuestros pequeños y nuestros mayores, los más frágiles de nuestra sociedad.

El señor Alston dice que, en casos como España, hay capacidad para rescatar a toda esta gente con políticas sociales, porque «terminar con la pobreza es una decisión política». Como sociedad tenemos que abrir esos cajones que nos avergüenzan y, entre todos, poner orden, porque podemos y debemos. Así podremos celebrar las cosas únicas y preciosas de nuestra tierra que nos ayuda a reconocer James Rhodes sin avergonzarnos de las injusticias y miserias que nos muestra Philip Alston.

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PastoralSJ
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