Por aquí nos toca pasar a todos antes o después. A veces en cosas importantes, trascendentales para nuestra vida incluso, y otras en el día a día cotidiano. Pero nuestros planes no siempre salen bien o cómo esperábamos, nuestros deseos no siempre se hacen realidad, y eso es algo con lo que tenemos que aprender a lidiar.

Porque todos buscamos controlar el futuro de algún modo. A todos nos gusta saber qué va a pasar e intentar influir en ello, conseguir que lo que esperamos, lo que planeamos y lo que sucederá coincidan al máximo. Y cuando esto no acaba pasando el riesgo de frustrarnos es grande.

Puede pasar que no nos admitan en la carrera que queríamos, o que una vez en ella descubramos que no nos gusta tanto cómo pensábamos. O que para ese puesto de trabajo para el que reúno todas las condiciones y me encantaría que me dieran, llamen a otro; o  me llamen a mí, pero acabe por resultar un aburrimiento. Puede que la persona que nos gusta no nos haga caso, que la escapada con amigos no salga adelante, que esa persona cercana no responda cuando la necesito…

Muchas circunstancias que nos obligan a un cambio de planes, a variar la ruta que estamos siguiendo o que pensábamos emprender. Entonces podemos dejarnos arrastrar por la frustración, por el cabreo de lo que no sale según yo quería, por la nostalgia del “qué hubiera pasado si…”, por las resistencias que nos hacen enrocarnos en nosotros mismos y nuestra visión del mundo, negándonos a mirar a la realidad de frente, tal y cómo es.

O podemos aceptar lo que nos viene, no con resignación, sino con la expectación del que acoge lo inesperado. A veces no serán buenas noticias, pero siempre podemos elegir nuestra actitud. La actitud del que no se deja arrastrar por la vida, el que lleva su vida adelante. A veces bastará con tomarse las cosas con calma. Otras nos veremos obligados a cambiar lo que pensábamos hacer, a andar despiertos y capaces de responder adecuadamente, hablando con quien puede ayudarnos, siendo creativos, buscando nuevas opciones…

Es la diferencia entre vivir un futuro que se alimenta de nuestros planes y sueños o acoger el porvenir, lo inesperado de una realidad que nos desborda y nos invita a cambiar, a recibir lo imprevisible como una nueva oportunidad que se nos regala.

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