A lo largo de nuestra vida solemos pensar, soñar, configurar aquello que queremos vivir, nuestros “sueños”, pero podemos correr el riego de convertirlo en una continua espera, en algo estanco que no se materializa. Pronunciamos frases como por ejemplo: “me gustaría ser capaz de…”, “quiero irme a…”  y al lado  también puede encontrarse el miedo a lo desconocido , al fracaso, a la desilusión, la soledad etc pero sobre todo pánico a perder lo que ya se tiene. 

 Empezar a construir la vida que queremos implica, si se da el caso, saber partir y dejar atrás nuestra situación de comodidad, los lugares cotidianos donde nos movemos como pez en el agua, donde nos sentimos seguros. No es fácil descubrir que lo que deseamos vivir pasa por afrontar cambios y saltos al vacío ( o no tan vacío, pero saltos al fin y al cabo), y más complicado es ponernos manos a la obra.

 Es difícil, pero no imposible, porque si llega el momento, por opción propia o por obligación, y somos capaces de desanclarnos de un lugar, nos daremos cuenta de que no perdemos lo que ya tenemos, sino que aprendemos a valorarlo más y sobre todo, añadimos más vida, más experiencias.  Pasar etapas y propiciar cambios en la vida exige una identificación previa del fin de las cosas y no retrasarlas, porque somos expertos en darnos plazos que siempre estiramos, con la esperanza de que desaparezcan los miedos.

 Arriesgar, pasar a la acción… todo eso es descubrir la vida real, y no lo haremos mientras nos conformemos queremos o no queramos con lo que se nos dio o nos tocó en suerte. 

Y siempre encontraremos una palabra de aliento, una mano que se nos tiende para saltar baches o a transportar pesos,  que nos acompaña en las lágrimas triste-alegres y a reirnos de nosotros mismos: el Jesús de la Vida que se hace presente en cada hombre y mujer allí donde nos encontremos, buscando preguntas y hallando respuestas.

 

 

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