En México, hace más de treinta años por lo menos, había leído de la prevención con que tomaban la fiesta que les llegaba del norte, Jalogüín, así castellanizado tal como suena para evitarles quebraderos de cabeza con la pronunciación a las personas poco familiarizadas con el inglés. Aquello me sonaba muy lejano no sólo física, sino culturalmente. Hasta que internet acortó las distancias y derribó barreras.
Lo que empezó tímidamente como una mascarada para niños la víspera del día de Todos los Santos se ha convertido en ocasión propicia para el consumo «terrorífico»: disfraces, fiestas, dulces, decoración, comidas típicas… Abrazado todo sin sentido crítico, guiados por el mainstream que va imponiendo modas. Y ha ganado terreno con una rapidez pasmosa.
Quizá con la misma rapidez con que se van levantando salvaguardas por parte de padres que no ven nada instructivo para sus pequeñajos tanto regodeo macabro en torno a la muerte y sus derivados desordenados como son el crimen y el terror. Basta preguntar a los mandos policiales de nuestras ciudades para darse cuenta de que la carnavalada tiene de todo menos gracia.
Sí, quizá es lo que nos falta: gracia. Que no es lo mismo que ángel, chispa, don para el humor, sino fuerza de lo Alto para santificarnos. Nos falta gracia porque no la pedimos. Por eso el vídeo de la ACdP Calabazas a Halloween vuelve a poner el acento sobre los santos cuya festividad conmemoramos el 1 de noviembre en vez de sobre el lado más tétrico de la muerte.
Y está empezando a calar entre familias a las que no les importa ir a contracorriente. Ponen platitos de golosinas relativas a santos que sus hijos pueden reconocer con figuritas de juguete a las que colocan los atributos iconográficos correspondientes. El festín de chucherías para los niños es el mismo, pero se evitan el atracón de calaveras, hachazos en la cabeza, sangre chorreada y zombis en que ha derivado el Jalogüín que asustaba a mis amigos mexicanos tres décadas atrás y ahora repugna a muchos a este lado del océano.
Si, todavía hay quien quiere ser santo. Gracias a Dios, naturalmente.