Hubo un tiempo en que me daba vergüenza decir que yo tuve una Barbie. Como si tenerla fuese razón para que no me tomaran en serio. Ahora ocurre que, si dices que has tenido una Barbie, olé tú, porque pasaste de los muñecos-bebés a los que acunar y dar el biberón, a jugar a ser una sofisticada e independiente mujer de medidas perfectas.
Barbie está de moda, «a pesar de» o «gracias a» la controversia que ha generado siempre. Cuando jugábamos con ella, existía el miedo a que todas quisiéramos ser Barbie y nos frustráramos en el intento. Entonces se trató de crear una Barbie para cada niña. Empezaron a salir Barbies de distintas estaturas, medidas, etnias… La cuestión era creer que «si no eres Barbie, Barbie será tú». No sé si eso ‘normaliza’ todo, o nos separa más de la ‘normalidad’. Además, ¿qué es lo normal?
Lo que sí me parece importante ese momento en la vida en que una pasa de Barbie a Bárbara. Sí, nadie escapa del paso del mundo de color de rosa, del brilli-brilli, donde todo lo puedes ser y tener, al mundo real, donde todo lo que quieres ser no siempre depende de una, o no siempre es posible, o no siempre es conveniente. Y esa transición es muy importante hacerla bien y acompañarla bien.
La vida real es hermosa, insuperable, poderosa. Pero, como real que es, no esconde nada, ni lo bueno ni lo malo. Tiene sus matices, sus aristas. No siempre se puede entrar en la carrera que una quiere, no siempre el hecho de que encuentres a tu ‘Ken’ hace que las relaciones sean fáciles, no siempre se puede estar bien con todo el mundo, no siempre aciertas en la elección, no siempre todo es perfecto… El fracaso existe, el dolor existe. Existen las lágrimas, las inseguridades y los miedos… La vida real es en tres dimensiones y no plana. Pero, ¿quién quiere vivir una vida plana?
Hoy quiero hacer un homenaje a las ‘Barbies’ que, alguna vez, tuvieron que vestir de gris, negro o marrón oscuro para atravesar los momentos chungos necesarios en ese hacerse ‘Bárbara’ o hacerse mayor. Seguro que tú también has tenido que subir cuestas empinadas y has tropezado con piedras que en su día parecieron simple arenisca. Seguro que has llevado una mochila demasiado pesada, llena de marañas y cosas arrugadas de las que no te ha sido fácil desprenderte. No sé, a lo mejor estás en el mismo punto que yo, en el que sabes que aún vendrán curvas, pero notas que vas cogiendo cierta soltura en esto de vivir e intuyes que te vas acercando a esa mejor versión de ti. Yo hoy siento que la mía ya latía dentro de mí cuando jugaba en el rellano de mi casa, con Maite (mi amiga de la infancia), y con mi Barbie y sus bonitos vestidos.