Si estos días de inicio de Cuaresma pruebas a meter en Google «ayuno», por la curiosidad o el interés de saber mejor qué nos propone la Iglesia para ayunar, te hago el spoiler de que los primeros resultados que vas a encontrar no tienen nada que ver con la propuesta espiritual de la Cuaresma. Te encontrarás de lleno con toda una serie de propuestas dietéticas que prometen grandes resultados con pequeños esfuerzos, que te van a decir que si te pasas uno o dos días enteros sin comer, vas a notar pronto cómo esos kilitos de más van desapareciendo y así nos vamos preparando para lucir tipo en primavera, mascarilla incluida.
Creo que estas propuestas se reflejan a veces una vida espiritual de ayuno intermitente, de frenazo-acelerón. De ir gripados, forzando el motor y sin una marcha continua. Avanzando mucho y dando grandes parones, un poco al azar, un poco según me apetezca.
Hay etapas en las que te descargas todas las aplicaciones para rezar posibles y te llenas el móvil de alarmas, te tomas en serio el acompañamiento, intentas ir a misa los domingos y algún día más, te propones hacer el examen a diario… y lo vas consiguiendo. Grandes deseos que van teniendo su cauce… pero que no aguantas mucho. Una semana, dos, quizás menos… Y entonces, el frenazo. Un día se te pasa, o no llegas, o no te da la vida y faltas a lo que te habías propuesto. Entonces, lo dejo todo una temporada, ni me acuerdo de rezar, ni me preocupo de los demás… me desgano. Me digo que esa vida tan intensa no es para mí. Incluso que un sano apartamiento me hará volver con más ganas… Y vuelta a empezar.
Así vamos tirando. Entre las grandes intensidades espirituales y el barbecho total. Y el inicio de los tiempos fuertes, como la Cuaresma, son tentación para formularse grandes planes, crecer en los deseos de una vida espiritual más intensa y proponerse imposibles. Y lo lograremos, los primeros días al menos, pero nos podremos cansar pronto, y nos desganaremos… vendrá el remordimiento y el creer que la vida cristiana es imposible de vivir. La Cuaresma intermitente.
Un compañero jesuita me propuso algo un poco más sencillo, menos agotador. Y es que pienses en la alternativa, en rellenar espacios, más que en añadir cosas. Antes de pensar en hacer muchas cosas nuevas, crea el tiempo, el espacio para hacerlo. Si nos proponemos ayunar de algo –comida, música, redes, móviles– piensa en que el tiempo que dedicabas a eso lo tienes que llenar con algo distinto, no dejarlo en blanco sin más. Porque si lo dejas en blanco será fácil que te centres más en lo que dejas y vuelvas a llenarlo otra vez con lo mismo. Ese rato que te propones no estar con el móvil, o en redes, o haciendo algo que te gusta, llénalo de los otros, da tu limosna de tiempo, de ganas a otros. Llénalo de oración. Que ese rato que aparcas algo que te gusta, que ayunas, sea el rato de oración. A lo mejor es yendo al trabajo o la universidad, o por la noche, o en un recreo…
En definitiva, no te preocupes tanto de dejar grandes espacios, de notar grandes ausencias. Tampoco en hacer muchas cosas nuevas. No te centres en volcar todos tus grandes deseos de conversión en uno o dos días intensos, llenos de oración, limosna, ayuno. Dosifícate, ve repartiendo esos grandes deseos en pequeños momentos conscientes, de intimidad, de vivencia intensa pero breve. Y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará.