Si el primer aprendizaje era del presente, a ser cercanía de Jesús más que un héroe  en forma de pastoral man; y el segundo era aprender del pasado, a agradecer los cimientos de una formación que quiso transformar el corazón más que informar contenidos, Hoy quiero compartir un tercer conjunto de aprendizajes, acerca del futuro.

Estos meses de diaconado me están enseñando también a mirar para adelante. Cuando no llego a cubrir tanta demanda o necesidad, cuando las ideas sobran y los recursos u oportunidades para concretarlas escasean. Cuando «las ansias de vida me devoran sin saber dónde me llevan» (cf. Ignacio Iglesias), sin saberlo todo todavía, sin tenerlo todo claro. Allí el mañana se asoma como promesa, como bendición. No un mañana donde lo pueda todo sino un futuro donde seguir sumando es posible, donde seguir sanando esos acompañamientos inconclusos, donde seguir alimentando esa semilla sembrada a puñados en alumnos que crecerán –tierra cuya fertilidad sólo Dios conoce–. Un futuro donde los años serán la sabiduría que hoy necesita el entusiasmo de mi juventud. Un futuro donde la disminución física aumentará mi fe Aquel que nos tiene en sus manos. Un futuro donde el cambio de destino no será terror al desgarrón sino fiesta por la historia regalada y más rostros por grabar en el corazón.

En estos meses de diaconado estoy aprendiendo que necesito seguir aprendiendo: a organizar la agenda, a atender imprevistos, a poner límites, a cuidar la oración, a ser a veces amigo, otras padre, otras hijo; a hablar de Jesús con claridad y aceptando la pedagogía necesaria. Necesito seguir aprendiendo… a escuchar historias sin pretender resolverlas, a descubrir a Dios salvando en cada vida y a contarlo en buenas noticias; a confrontar con firmeza y honestidad de conciencia, y a arriesgar mi confianza hacia otras miradas. Necesito seguir aprendiendo a trabajar en equipo, y a abrazar la soledad que siempre asoma en el pastoreo.

Estos meses me están enseñando a esperar… que la oración siga transformando lo que en mí queda de hombre viejo. Que otro hermano venga detrás de mí con el carisma que a mí me falta. Esperar algún casamiento para celebrar, que soy diácono y todavía no casé a nadie –si están de novios, enamorados hace un buen tiempo ¡¿qué esperan?!– Y mientras tanto sigo aprendiendo, a esperar que de los intentos de formar jóvenes surjan protagonismos comprometidos. Esperar el Reino por el que intento trabajar, esperar que su levadura fermente, que su grano germine.

Estos meses me están enseñando a soñar… porque si bien el diaconado me excede por todos lados, sigo soñando aquel día de la ordenación sacerdotal.

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