Es el juego de moda en las redes. Fácilmente jugable, con una mecánica sencilla y un objetivo bien definido: encontrar al impostor. Formas parte de una tripulación interestelar, vuestra nave se ha estropeado y tenéis que arreglarla. El trabajo de todos será necesario. Pero sabéis que uno entre vosotros es en realidad un saboteador, que simulará trabajar pero en realidad os irá matando si no lo descubrís a tiempo. Él pierde si arregláis la nave, vosotros si no lo descubrís. Los dos lados del tablero están bien claros.

Para descubrir al impostor tenéis una herramienta básica: la democracia. Cada vez que aparezca un cadáver, os reunís y votáis quién creéis que es el traidor. Y aquí está la gracia del juego, dicen. En los debates de culpabilidad o inocencia, en las excusas más alocadas y los alegatos de convicción para evitar ser expulsado de la nave, para conseguir engañar a los demás o convencerles de la pureza de tus intenciones y acciones. Como podrás imaginar, incluso sin haber jugado, este es el momento en el que las amistades se ponen en riesgo porque a partir de aquí todo vale: puedes descubrir que aquel en quien más confías es muy capaz de engañarte sin que lo percibas o verte engañando a aquellos que confían en ti, precisamente usando esa confianza… «Pero cómo voy a ser yo el impostor, si nos conocemos de toda la vida…»

Es un juego, sí. Y te ríes y todo queda ahí. Esa es la ventaja.

Aunque a veces da que pensar. Porque descubrimos que nuestra confianza quizás no tenga que ser tan absoluta, porque no es realista y cualquiera puede en un momento defraudarnos, sin que eso suponga la ruptura total de relaciones. O yendo al polo contrario, que vivir en la sospecha no es precisamente un buen punto de partida para relaciones sanas y toca arriesgar y optar por algunas personas en nuestra vida. También, en esta época de rebrotes y medidas de contención, como en el juego, vemos que basta con que uno solo vaya en contra del interés común para que el esfuerzo compartido pueda verse frustrado. Y a la vez, que un esfuerzo común que realmente nos agrupe puede en realidad anular cualquier obstáculo -si todos los integrantes reparten bien las tareas y se agrupan, la victoria está cantada.

Parece fácil, ¿verdad? A veces nos pasa así, que hay aprendizajes que vemos como evidentes, que no nos requieren de una reflexión profunda. Pero el problema no está en esto, en unir la línea de puntos para encontrar las conclusiones rápidas. Sino en ponerlas en práctica en la vida cotidiana. Cuando el cansancio, los cabreos, los afectos entran en liza. Porque ya no es un juego. Es la vida real. Y todo es más complejo.

Pero no por ello podemos renunciar a intentarlo al menos. A ir descubriendo como hasta las cosas más irrelevantes y ordinarias, un juego de móvil, pueden darnos alguna lección para la vida. Pueden ser –y de hecho muchas veces lo son–, el punto de partida para esos pequeños cambios, sutiles, casi imperceptibles, que van a ir tejiendo nuestro camino.

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